Reseña
(De la editorial) …Sabido es que la razón de ser de la política no es la búsqueda de la verdad, sino la del poder. Objetivo para el cual prácticamente todas las formas terminan siendo válidas. No obstante, también se sabe que un avance de la política moderna, en oposición a sus expresiones previas, es que, haciéndose presente el problema de la legitimidad —esto es, de la búsqueda de un consenso mayoritario más allá del uso de la fuerza—, las formas democráticas implican ciertas reglas del juego, que obligan a grados de veracidad racionalmente fundados por el bien de todo el sistema. Es lo que se llama un pacto y, valga recordar, es una conquista del movimiento popular de los últimos siglos. Es su derecho a definir su propio devenir de un modo racional, bajo formas que deben ser protegidas. Eso es lo que hoy parece estar en crisis. Es la potencialidad de la nueva derecha que emerge.
Pero esta situación no es un producto de las fake news o de campañas electorales bien construidas. Injusto es cargarles las culpas de problemas tan profundos a tales herramientas. Más bien, es el resultado del avance de la descomposición de la política, de ese espacio que no existe con un sentido pleno si es que no sirve para definir el futuro. Esto tienen en común los líderes de signo derechista que se potencian globalmente: su conservadurismo, y la radicalidad que se les arroga, no tiene que ver tanto con su cercanía con los militares, su desprecio por los derechos humanos, su misoginia o xenofobia. Todos estos, flagelos ya conocidos y no atribuibles a este período, no son sino armas a las que se recurre para trastornar cualquier discusión democrática posible.
En ese sentido, cabe poner atención a la enorme movilización desplegada el pasado 8 de marzo alrededor del mundo. Y es que, como potencial ensanchador de la democracia, el feminismo se eleva como un eje fundamental para la construcción de fuerza social y política que combata las sombras de nuestros tiempos.