A cuatro años de la revuelta social, más allá de las simplificaciones, conversar sobre las causas y mirar sus impactos sociales y políticos es un ejercicio que permite situar, sin atajos, las tareas del presente. Es así que nos preguntamos por la vigencia de las...
Cuadernos de Coyuntura conversó con Juan Ignacio Latorre respecto a la forma que asume el fin de la dictadura y la sociedad cuyos términos fueron pactados entonces. Más aún, como una de las voces más jóvenes de la política institucional, y como el único senador electo por el Frente Amplio el pasado año, conversamos también acerca de las proyecciones y determinaciones que debe tener una fuerza capaz de superar los marcos de la transición, y las condiciones que harían posible este nuevo ciclo político.
La transición representa un período complejo de la historia política nacional, sobre todo después del plebiscito y los años 90. ¿Qué rol piensas que ha tomado la izquierda en este largo aliento de la transición?
Yo soy de los que piensa que la transición fue pactada. Pactada no sólo en la interna de las fuerzas políticas de Chile, entre lo que era en su momento la oposición a la dictadura, los partidos de oposición, por una parte, y los militares, las fuerzas armadas, y la derecha por la otra. Sino también en un marco más amplio de lo que se estaba viviendo históricamente en el mundo en ese momento. Estamos hablando de todo lo que era la guerra fría, el comienzo de la debacle de los socialismos reales en Europa, la hegemonía con mucha fuerza de EE. UU. también. Esta arquitectura internacional, particularmente EE. UU., también tuvo un rol en la salida de la dictadura en Chile. Mi lectura es que, para EE. UU., en este escenario de guerra fría, de hegemonía internacional y en América Latina, de derrota de los socialismos reales, el modelo chileno y las reformas que se hicieron —la contrarrevolución que hizo la dictadura, la “vía chilena al neoliberalismo”— eran correctas para ellos, un buen modelo, un buen experimento. Pero necesitaba de continuidad y gobernabilidad, y la derecha no aseguraba eso. La dictadura y las fuerzas armadas tampoco aseguraban la continuidad de ese modelo, un poco por la inestabilidad interna, las protestas sociales, el intento de tiranicidio que fracasó.
En el fondo, había un escenario de mucha inestabilidad interna. Pero los cambios ya los habían hecho: la constitución del 80 la habían aprobado, el plan laboral de José Piñera lo habían aprobado, la creación de las AFP también de José Piñera, y con eso la creación de un mercado de capitales ya lo habían hecho. El código minero que abría la puerta a una desnacionalización de la minería también. Los cambios en educación, la municipalización, el debilitamiento de la educación pública, el debilitamiento de los sindicatos… Bueno, un montón de cambios que ya habían hecho. Pero esos cambios necesitaban gobernabilidad. Por lo tanto, quien aseguraba mejor la gobernabilidad era la centroizquierda, y no la derecha. En ese sentido yo creo que esto fue pactado. Esa salida fue pactada. Fue parte de la negociación, y es en parte el diseño de Jaime Guzmán. Ahí hay también una fragmentación de la izquierda también, de los partidos históricos: hay un quiebre en el eje PS-PC, y el PC queda afuera en una posición más dura. Queda en una posición marginal y testimonial, sin incidencia. Mientras tanto, el PS entra en un eje con la Democracia Cristiana, en subordinación a la Democracia Cristiana. Esa es mi lectura del escenario de lo que fueron los finales de los 80, en que se negocia todo el tema del plebiscito, el pacto –y ahí, Böeninger, y los otros arquitectos claves de la transición pactada. Era básicamente legitimar el modelo: se necesitaba una fuerza de centroizquierda que tuviera apoyo electoral y capacidad de gobernabilidad y de legitimización del modelo en democracia.
En ese sentido, está esa herencia del modelo que implica esta «apertura democrática», pero también un modelo de desarrollo. Ahora hay un escenario actual que busca una recuperación de derechos sociales. ¿Cómo redefine este nuevo contexto la relación entre sociedad y política respecto de ese escenario interior? Este escenario en que se conquistó una democracia con un pacto, pero ahora hay un cuestionamiento a ese pacto. ¿Cómo analizas esta nueva relación entre sociedad y política?
Yo creo que hoy estamos abriendo un nuevo ciclo que se está empezando a figurar, a dibujar. Todavía no está del todo claro. Pero se está abriendo un nuevo ciclo. Obviamente, el cambio al sistema electoral ayudó, porque emerge una fuerza como el Frente Amplio; la misma inclusión del PC en sus pactos por omisión y en su alianza con la Nueva Mayoría, les permite entrar en la institucionalidad y dejar de ser un partido testimonial que tiene baja influencia por fuera, y entra. Entonces, el cambio abre más el abanico, el «arcoíris», por así decirlo, de fuerzas políticas.
Pero es un ciclo que está abierto a medias. Efectivamente hay un mayor cuestionamiento al modelo desde los distintos movimientos sociales, el movimiento estudiantil de los pingüinos el 2006, de los universitarios el 2011 con fuerza, pero también otros movimientos socioambientales, el movimiento feminista, regionalista, y distintas emergencias de movimientos sociales que cuestionan de alguna manera este modelo. Pero no hay un proyecto alternativo claro ni hay una articulación de fuerzas, no hay una correlación de fuerzas que haga prefigurar que efectivamente va a haber una transformación del modelo. Perfectamente las fuerzas tradicionales pueden seguir administrando este nuevo ciclo.
También la hegemonía de EE. UU. está en cuestión, por lo que hay un escenario internacional distinto. La emergencia de China, las crisis internacionales, hacen que también incluso el neoliberalismo internacionalmente [esté en cuestión]. Hay medidas proteccionistas, hay innovación, por decirlo así, de los países. Entonces hay una cosa mucho más desordenada en términos internacionales, donde incluso vemos la emergencia de movimientos de corte de nueva derecha, de corte más neofascista en algunos casos, populista: un nuevo populismo de derechas en América Latina, en Europa, en Estados Unidos. Entonces, este nuevo ciclo está también abierto a nuevas configuraciones.
Y en ese sentido, dentro de estas nuevas configuraciones, ¿cómo apostamos a que una oposición política puede materializar esa ambición de los movimientos sociales, o trabajar con la política de esos movimientos sociales? ¿Cómo podría situarse una oposición en este escenario?
La oposición también es diversa. Las oposiciones son diversas. Yo creo que no hay una sola oposición. Y no hay una sola vocación de articulación con los movimientos sociales. O sea, desde el Frente Amplio tenemos una mayor sintonía, y con algunos movimientos sociales más que con otros. Es el caso, por ejemplo, del movimiento estudiantil, del movimiento feminista. Pero los movimientos de conflictos socioambientales, por ejemplo, desconfían del Frente Amplio, o de algunos sectores del Frente Amplio, porque no necesariamente hay mucha vinculación ahí, y hay diversidad. El movimiento mapuche también es un ejemplo.
Entonces, yo no diría que toda la oposición está en una lógica de articulación con los movimientos sociales. Yo creo que en las oposiciones todavía hay partidos tradicionales que quisieran simplemente recoger las demandas de los movimientos sociales, un poco lo que hizo la Nueva Mayoría. Recogen las demandas del movimiento social, elabora un programa reformista pero ambiguo para captar el apoyo popular electoral, y después en el gobierno, según la dinámica, la correlación de fuerzas y la contingencia, se avanza más o menos. O se cierra, y esa posibilidad siempre está abierta. Entonces creo que hay algunos en las oposiciones que tienen más esta vocación de poder, de decir “bueno, recuperemos rápido el poder porque no es posible que Piñera esté gobernando y la derecha que se puede proyectar 8 años”, que es verdad, y que esto no podemos permitirlo por ningún motivo y hay que recuperar como sea el poder, sin una honesta reflexión sobre qué proyecto ofrecerle a la sociedad. Y en ese sentido, la inercia de las fuerzas de la transición, la inercia de la Concertación sigue viva. Algunos la dan por muerta, pero sigue viva.
Esta inercia que describes depende de la separación entre política y sociedad. Esta manera de operar, de recoger ciertas demandas y articularlas desde la política, pero separados de la sociedad, es una forma como se pactó la transición. Entonces me gustaría también pensar qué hechos han generado esta distancia respecto de la política formal y cómo también hay una clase política que se organiza en torno a esa distancia entre política y sociedad. ¿Cómo nos hacemos cargo de esa distancia actualmente?
En una articulación de Estado, mercado y sociedad, en estas tres grandes esferas, muchos partidos políticos tradicionales, desde la posición del Estado, han construido una relación mucho más cercana, estrecha, de colaboración y de sinergia con el mercado que con la sociedad. Los incentivos han estado puestos ahí. 20 años de gobierno continuos, cuatro gobiernos continuos, y un quinto gobierno de la Nueva Mayoría, dieron cuenta de que esa relación estrecha está, se ha construido desde cierta elite política, ciertos partidos políticos, operadores políticos, con el mercado. Con el mercado de la educación, con el mercado de la salud, con el mercado de las AFP, con el mercado minero, con el mercado de las forestales, con el mercado de los grandes grupos económicos. Esos vínculos están, y siguen operando para que haya status quo, para que no cambie mucho ese status quo, el poder que tienen los grandes grupos en la sociedad chilena.
Lo que ha faltado son más actores políticos que quieran vincularse más con la sociedad que con el mercado. Con la sociedad civil, los movimientos sociales, sindicatos, estudiantes, pobladores, comunidades, etcétera, y ponerse en esa articulación. Y yo creo que en las oposiciones hoy día eso me atrevería a decir que en parte se está en esa lógica. No sé en qué porcentaje, pero perfectamente podría ser un 50% de la oposición en esa lógica, y otro 50% que está en la otra lógica y simplemente quieren recuperar el poder porque les ha acomodado el poder, les ha ido bien.
¿Cómo podríamos pensar que actores podrían ser claves como para redefinir esa disputa? El progresismo y la izquierda, por ejemplo.
Durante la Concertación se construyó lo que se llamó el “partido transversal del orden”, que trasciende los límites de las militancias, con gente de la DC, del PS, del PPD, vinculados también con el mundo empresarial y la derecha, como un partido del orden, del status quo. Yo creo que, desde las izquierdas, desde el progresismo, desde las versiones críticas al modelo, no hemos sido capaces de construir un partido del “desorden”, o de un “nuevo orden”, o de una nueva «gobernabilidad transformadora». En el fondo ellos han vendido, y ese ha sido su éxito político, la gobernabilidad neoliberal, eso le vendieron a la sociedad. Pero nosotros no hemos sido capaces de construir una nueva gobernabilidad, que supere el neoliberalismo, una gobernabilidad transformadora. Eso hay que construirlo, esas alianzas, esos tejidos que van más allá de las militancias. Porque puedes tener gente dentro del PS, dentro del PC, incluso dentro de la DC, de RD y del Frente Amplio, que estén por esta nueva gobernabilidad. Y bueno, ciertamente los movimientos sociales siguen teniendo un rol clave, en la medida en que impugnen y no se dejen cooptar, en la medida en que tengan capacidad de incidencia real. Por ejemplo, el movimiento No Más AFP logró instalar grandes movilizaciones en la agenda de las pensiones. Pero no fue incidente, porque el gobierno de Bachelet igual no recogió esa demanda, y el gobierno de Piñera tampoco la va a recoger. Entonces, no sirve sólo marchar. No sirve sólo marchar. Es importante, porque instala temas en la agenda. Pero si no tienes capacidad real de incidencia para generar o abrir los cambios en la disputa, se queda como un movimiento que después se desgasta, se divide y pierde fuerza.
¿Qué elementos estarían en juego para la construcción de esa oposición? Sobre todo, pensando que hay un cierto desgaste de las identidades partidarias, y hay una tendencia al desarme de las identidades partidarias. Tú mismo lo señalabas: están estos polos críticos desarticulados, junto con ciertas demandas sociales. ¿Qué elementos podríamos pensar que nos ponen en juego, por ejemplo, los derechos sociales, para poder pensar en un programa de la oposición?
Yo creo que la demanda por una nueva constitución sigue ahí. Para mí, es clave porque es la que permite abrir la disputa de la política real. Una nueva constitución, construida en democracia, democráticamente, que mire los desafíos del siglo 21. Hago la analogía con lo que fue la constitución de 1925, la constitución liberal del 1925, que abre el espacio para la disputa política. O sea, esa constitución de 1925 permite un gobierno reformista de Pedro Aguirre Cerda, permite la construcción de la Corfo y su programa de industrialización. Permite después un gobierno de Frei Montalva que hace la reforma agraria y la chilenización del cobre. Y permite un gobierno de izquierda de la UP que incluso se plantea la vía chilena al socialismo. O sea, esa constitución de 1925 abre décadas de acumulación de fuerza, donde los partidos hacen política y disputan y tienen la posibilidad real de llevar sus propuestas para que tengan incidencia. Nosotros podemos levantar un programa de transformaciones, pero si no modificamos la constitución, nuestras propuestas van a ser todas declaradas inconstitucionales. Van a ir todas al Tribunal Constitucional, como lo que ocurrió con la tímida reforma educacional.
Claro, está el caso de la reforma educacional, el caso del aborto…
Y así si vas a los temas previsionales, laborales, o medioambientales. O sea, el Estado subsidiario, la propiedad privada por sobre el bien común, los derechos individuales por sobre los sociales. Yo no pretendería tener la constitución que garantice el socialismo democrático, que es lo que me gustaría a mí, sino una que abra, que sea una constitución que se construya en democracia, que sea democrática, que mire los desafíos del siglo XXI, y abra el espacio de la disputa para que la política tenga incidencia real. Yo creo que eso sigue pendiente.
Y, ¿qué interacción habría con las fuerzas sociales capaces de organizar ese movimiento constituyente? Sabemos hasta ahora que hay un gesto desde el Frente Amplio, vemos que hay una descomposición de lo que fue la Nueva Mayoría, del progresismo. Entonces, una rearticulación tiene que instalar esa disputa. ¿Es posible que se articule? ¿Sería ese el cierre de una transición, por ejemplo?
Yo creo que esta nueva constitución sería lo que de verdad le daría apertura al nuevo ciclo. El ciclo está abierto, pero puede cerrarse, está aún incierto eso. Pero una nueva constitución de verdad mostraría que estamos en un nuevo ciclo político. El cambio al sistema electoral abre un poquito la ventana. Pero esto sería abrir las puertas a un nuevo ciclo político. La articulación siempre es posible, pero en torno a esa demanda. Esa es una crítica que yo le hago al gobierno de Bachelet, de la Nueva Mayoría. Ellos prometieron que esta era una de sus principales reformas, era una de sus tres prioridades: educación, tributaria, y nueva constitución. Y finalmente terminaron con un proceso constituyente aguachento, no vinculante, más bien de carácter folklórico, de educación cívica. Este proceso no tuvo ningún impacto, y presentaron después un proyecto al final que dejaron caer más como un saludo a la bandera. Y perdimos.
Y tampoco había una fuerza social detrás de ese proceso.
No hubo una fuerza social ni hubo voluntad política, ni del gobierno ni de la coalición para concretar algo, algún avance. Entonces yo creo que el mínimo de un nuevo acuerdo programático de fuerzas transformadoras es ese. El mínimo.
Pensemos en esta plataforma. Tenemos la formación de una oposición al gobierno actual, y también la formación de una política en contra del modelo heredado. La constitución sería uno de los elementos que pararía esta oposición política. ¿Qué otros elementos podrían ser la punta de lanza de estas nuevas fuerzas sociales?
Los derechos sociales, la nueva constitución que garantice derechos sociales, agenda de pensiones, agenda de educación y salud, por nombrar tres que son básicas. En el fondo, es un programa transformador del neoliberalismo, un programa antineoliberal. Puede haber mucha diversidad en su interior, pero al menos tiene que ser antineoliberal. Y luego, por lo menos una discusión sobre el modelo desarrollo y el rol del Estado, tomando en cuenta los conflictos socioambientales, por ejemplo. Cómo pasamos de este Estado subsidiario a un Estado empresario, un Estado que interviene en la economía. Y, sobre todo, la superación del extractivismo. La extracción de recursos naturales, sin valor agregado, el tema del litio, el tema del cobre, el tema de los recursos naturales forestales. Cómo podría intervenir más el Estado en esa articulación de un nuevo modelo de desarrollo. Ciencias, tecnología… Estos creo que son algunos aspectos claves que podrían congregar fuerzas progresistas antineoliberales amplias. La agenda del feminismo también.
Podríamos pensar que estos serían los elementos que nos darían pie para construir un programa de una futura oposición. Pensar la redefinición del rol del Estado, incluye, por ejemplo, derechos sociales y reproductivos.
Claro, el programa de un futuro gobierno. Porque la oposición se está dando hoy día frente a la agenda del gobierno, la agenda tributaria, la agenda de pensiones que se dice que va a entrar ahora. Respecto a educación, el reemplazo del CAE. O sea, hay una oposición hoy en día que dialoga con las banderas del gobierno, con las propuestas del gobierno, con la agenda del gobierno, que es una oposición. Pero podemos quedarnos permanentemente siendo oposición.
Esa oposición ha sido reactiva.
Claro. El tema es que, como no somos gobierno, es difícil construir un programa de oposición.
El programa del gobierno se hace con estas alianzas. Pero también se pueden pensar las bases ideológicas de esta afinidad programática de redefinir la relación entre sociedad y política. Se construye una nueva forma de la sociedad. ¿Cuál sería el programa de esa «nueva» sociedad, pensándolo en términos más ideológicos que programáticos o electorales?
Yo creo que ideológicamente es la impugnación al neoliberalismo. Es construir una fuerza antineoliberal, o posneoliberal, un modelo posneoliberal de una nueva gobernabilidad. Los ejes centrales son una nueva constitución que garantice derechos sociales, un nuevo rol del Estado que supere el Estado subsidiario, un nuevo modelo de desarrollo que supere el extractivismo, y por ende todo lo que implican los conflictos ambientales relacionados al extractivismo, la agenda feminista. Se me pueden escapar algunos elementos, pero por ahí lo grueso. Es un poco lo que construimos nosotros desde el Frente Amplio, este programa transformador del neoliberalismo. Después, claro, se discuten cuáles son los límites: si va a ser una agenda solamente socialdemócrata, por ejemplo, o si abre el camino a la superación del capitalismo como un debate de largo plazo en el siglo XXI. Yo estoy por abrir ese debate. Pero en el corto y mediano plazo, yo creo que lo urgente es superar el neoliberalismo, conquistar derechos sociales, conquistar un nuevo rol del Estado, una nueva constitución que abra el debate de la política, la descentralización. Yo no pondría como condición de esta articulación de fuerzas transformadoras la superación del capitalismo, porque, si no, te quedas con una fuerza muy pequeña. Yo creo que hay que dar ese debate. Hay un debate cultural también, un debate ideológico de largo plazo. Pero al menos, y esto sí puede tener más convergencia de amplias fuerzas políticas y sociales, la superación del neoliberalismo actual.
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