El movimiento de trabajadores y trabajadoras en Chile: Diagnóstico, situación y perspectivas
12 enero 2019
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Resumen

Se propone una reflexión política sobre la situación actual del movimiento de trabajadores y trabajadoras en Chile, con la que se busca aportar no sólo a una delimitación de aquellos “problemas” que enfrenta hoy el mundo del trabajo organizado, sino también proponer algunas coordenadas para la construcción de un proyecto de izquierda que sintonice con la realidad del mundo del trabajo. Se propone que el neoliberalismo chileno ha erosionado las posibilidades de reproducción y organización de la clase trabajadora, motivo por el cual la reorganización de las y los trabajadores como un actor colectivo que se posicione desde sus nuevas condiciones de reproducción, es una condición necesaria para la creación de un proyecto político que permita construir un modelo de desarrollo alternativo.

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Transformación neoliberal y nuevas contradicciones sociales: el orden laboral sigue siendo un ámbito en disputa

El pasado martes primero de mayo de 2018 se conmemoró el Día Internacional del Trabajo. Como es costumbre, la Central Unitaria de Trabajadores convocó a una movilización nacional cuya actividad principal se desarrolló en Santiago, en una marcha a lo largo de la Alameda. En paralelo, sin embargo, se realizó otra marcha, también en la principal arteria capitalina, pero en sentido contrario: se trató de la movilización organizada y convocada por la Central Clasista de Trabajadores y Trabajadoras.

Un espectador desprevenido podría confundirse, ¿Por qué dos marchas?, ¿No parece de sentido común que las y los trabajadores organizados se movilicen de manera unitaria?, ¿Acaso la CUT ya no es el principal referente de organización del mundo del trabajo?, ¿Dónde quedó el impacto de figuras referentes de unidad para este mundo como Luis Emilio Recabarren o Clotario Blest?, ¿No se había efectuado una reforma laboral que “emparejó la cancha” a favor de los sindicatos? En definitiva, ¿Para qué y por qué dos marchas simultáneas? Estas preguntas tienen alta relevancia política, y en esta reflexión se propondrán elementos para construir una respuesta.

En términos generales, puede afirmarse que el modelo de desarrollo chileno deja bastante que desear en lo que respecta a la situación de las trabajadoras y los trabajadores de nuestro país. Si bien recientemente se han celebrado ligeros incrementos de la tasa de sindicalización1, la trastienda de las cifras sigue indicando más bien el desarme organizativo (en Chile, solo 1 de cada 5 trabajadores está sindicalizado) y la carencia de orientaciones políticas del actual sindicalismo chileno, cuestión que se refleja en otros aspectos de la vida nacional. Por ejemplo, en términos de remuneraciones, según datos del 2016, la mitad de los trabajadores chilenos gana menos de $350.000, mientras que 7 de cada 10 trabajadores no llegan a ganar más de $500.000 líquidos; por otra parte, si se consideran solo los ingresos salariales, es decir, remuneraciones producto del trabajo, un tercio de las personas en Chile no cuenta con ingresos que le permitan superar la situación de pobreza2.

En este escenario, un campo laboral organizado políticamente, que logre realmente “nivelar la cancha” respecto al peso que hoy ejerce el gran empresariado, no solamente parece algo sano para nuestra democracia, sino que se convierte en una necesidad urgente. La interrogante abierta es por qué, en tales condiciones, no existe actualmente un movimiento sindical organizado, con fuerza de movilización social, unidad orgánica y claridad política. En este confuso contexto la presente reflexión busca abrir una discusión colectiva hacia el mundo sindical de izquierda, proponiendo elementos de análisis para la construcción de claves de interpretación de la realidad, que orienten la acción política desde el mundo del trabajo.

Hacia un diagnóstico compartido: elementos para su construcción3

Un primer elemento a considerar son las transformaciones de la economía chilena de finales de la década de los ochenta y primera mitad de los noventa, pues estos años arrojan un panorama laboral completamente nuevo para la historia del trabajo4. El sindicalismo nacional no solo pierde a sus mejores cuadros militantes en manos de la represión política de la dictadura civil-militar de Pinochet (elemento cierto y determinante en la desarticulación sindical posterior), sino que también, durante las décadas de los ochenta y los noventa el mundo del trabajo sufre una transformación sustantiva en sus condiciones sociales de existencia, que hizo desaparecer la trama social que sustentaba al sindicalismo del siglo XX.

Esta situación no es casual y se desarrolló de manera coherente con el reordenamiento del mapa empresarial en este período. En este segundo aspecto, pueden anotarse varias dinámicas: primero, una fuerte tendencia a la privatización de la economía; segundo, producto de la creciente desindustrialización, una gran concentración de los puestos de trabajo y los procesos productivos en los servicios: ventas, atención al cliente, comunicaciones, apoyo operativo a otros sectores productivos, labores administrativas y de logística, etc.; tercero, los grupos empresariales de mayor relevancia cobran una fuerza inusitada al establecer alianzas con actores económicos de talla mundial que pavimentan la expansión regional reciente del gran empresariado chileno5.

Estas reorientaciones económicas y laborales también han incorporado diversas estrategias de organización del trabajo al interior de las empresas que, decididamente, buscan dificultar las relaciones de organización entre los trabajadores y trabajadoras. En este tercer elemento del diagnóstico destacan las dinámicas de precarización de los puestos de trabajo, la incorporación de salarios variables, la discriminación por género, los procesos de externalización y subcontratación de puestos de trabajo, así como las contrataciones “flexibles” (sujetas a despidos arbitrarios), resultan explicativas de las situaciones de pobreza y desigualdad ya señaladas. Tales características de la economía configuran un escenario abrumador para los chilenos y chilenas que viven de su trabajo. Los salarios no alcanzan, el endeudamiento está en alza6 y al final de una vida de trabajo se recibe una pensión de miseria7. Miradas así las cosas, fenómenos como la masiva incorporación de la mujer al mercado laboral marcada por profundas desigualdades de género, el incremento del trabajo (y la pobreza) en la vejez, así como las diferentes vías de incorporación precaria del trabajo juvenil, no parecen dinámicas donde se expresa una “libre elección” de los individuos: son dinámicas expresivas de una obligación para que las familias chilenas logren sobrevivir, en las condiciones de vida que ha impuesto el gran empresariado durante los últimos 35 años.

Considerando tales cambios sociales, el cuarto elemento de este diagnóstico es que la desaparición de la figura obrera clásica —el obrero (masculino)—, ligada a trabajos manuales de sectores de mayor productividad y que sustentó los modelos de organización sindical más dinámicos del siglo pasado, abrió paso a una clase obrera mucho más amplia y heterogénea que presenta nuevas características. En esta situación histórica, las organizaciones sindicales tradicionales y sus organizaciones políticas quedan fuera de lugar frente a las nuevas dinámicas sociales. Esto se expresa en distintas situaciones recientes, que deben ser remarcadas.

La primera es el apoyo entregado por las dirigencias del sindicalismo tradicional a la última reforma laboral, que no contribuyó en nada a “emparejar la cancha” entre empresarios y trabajadores, efectuando solamente transformaciones cosméticas a un Código del Trabajo que no ha visto alterado su espíritu contrario a una organización del trabajo que aspire a influir en los destinos de la sociedad8. Este abandono político de los intereses del mundo del trabajo también se ha visto reflejado, en segundo lugar, en la nula voluntad de adaptar las organizaciones íconos del mundo sindical (Central Unitaria de Trabajadores, Asociación Nacional de Empleados Fiscales, etc.) a las nuevas realidades del mundo del trabajo en Chile, situación que ha terminado por disminuir de manera tajante la identificación que históricamente la clase trabajadora chilena tuviera con tales organizaciones9. Un tercer elemento es la fuerte dinámica de precarización del empleo en el aparato estatal, que ha corrido bajo la égida “progresista” de las administraciones concertacionistas del aparato estatal: de manera específica destaca el incremento sostenido de las contrataciones a honorarios y el aumento de la subcontratación, como también la legislación en torno a la Nueva Carrera Docente diseñada y aprobada a espaldas del movimiento de profesores, cuya lógica sólo terminó mercantilizando y precarizando aún más la situación de las y los profesores de nuestro país. Finalmente, también puede señalarse la constante negativa que los cuadros sindicales de la transición han ejercido para no sumar a sus gremios a movilizaciones tan sentidas por la población chilena como la levantada por la Coordinadora Nacional de Trabajadores NO+AFP durante los últimos cinco años10.

Se observa, así, como quinto punto de este diagnóstico, que la izquierda tradicional (Partido Comunista y Partido Socialista) y también los sectores “progresistas” de la política chilena (Partido Por la Democracia y Democracia Cristiana) han efectuado un “abandono político” en relación al mundo del trabajo, pues son sus militantes y cuadros políticos los que durante casi cuatro décadas de democracia han construido desde diferentes ámbitos una efectiva neutralización del campo laboral organizado, tomando las riendas de la defensa de un orden económico e institucional completamente adverso para la clase trabajadora. Se trata precisamente de organizaciones políticas que históricamente tuvieron un anclaje real y específico en diferentes franjas de trabajadores, es decir, que conocían de primera mano la experiencia de la organización colectiva en el ámbito laboral. Es así como, desde dentro de estas organizaciones políticas se han colapsado los engranajes centrales que determinan la capacidad de organización del mundo del trabajo en Chile11.

Recogiendo los elementos ya analizados, es posible afirmar que durante más de tres décadas la sociedad chilena ha caminado por las veredas del neoliberalismo sin que existan contestaciones sustantivas en el plano de las relaciones laborales y económicas12. Ahora bien, ¿Por qué interesa la sistematización de los elementos de diagnóstico que aquí se presentan?: tales aspectos de análisis se encuentran a la base de una narrativa compartida en una importante franja de la militancia sindical de izquierda en Chile. Sobre todo, en aquellas organizaciones e individuos que han mantenido una práctica política autónoma respecto a los partidos y organizaciones sociales controladas por la otrora Concertación. Se trata de un diagnóstico construido al calor de la evaluación de la propia experiencia histórica, que ha permitido comprender que además de las transformaciones socioeconómicas ya anotadas, desde un punto de vista político y cultural, la clase obrera chilena sufrió sus más importantes derrotas entre 1980 y 1995, aproximadamente, sin haber logrado recomponerse de tales embates en las casi cuatro décadas posteriores.

Ahora, volviendo a la pregunta que abre la presente reflexión, ¿Por qué el pasado primero de mayo hubo dos marchas? Se puede afirmar que las nuevas condiciones de vida han hecho emerger a una amplia franja de trabajadores y trabajadoras que no han encontrado cabida en el actual modelo de desarrollo y, menos aún, en el debate público; no sólo han visto precarizadas brutalmente sus condiciones de vida, sino que tampoco han encontrado en el cuadro político existente organizaciones dispuestas a asumir las nuevas condiciones de lucha, puesto que se han convertido en defensores del orden. La contraposición de marchas en la Alameda resulta expresiva de la situación de vacío político que caracteriza al Chile actual, en el que nuevas franjas sociales pugnan por constituirse como actores políticos por fuera de las coordenadas tradicionales, en un intento por superar su exclusión histórica de las definiciones de la vida nacional. Este fenómeno provoca un rebalse continuo respecto al sistema de organizaciones y partidos políticos del viejo orden. Es por eso por lo que la izquierda debe construir propuestas para ensanchar el campo de la democracia, haciéndose cargo de este nuevo escenario y sus problemáticas, contribuyendo a que los trabajadores y trabajadoras ganen protagonismo político en la sociedad chilena13.

Contra la precarización y mercantilización de la vida, las tareas de la izquierda: nuevas coordenadas de organización y lucha

¿Es posible pensar una situación histórica alternativa?, ¿Hacia dónde deben enfocarse los esfuerzos de las franjas sociales y fuerzas políticas emergentes?, ¿Cuáles son las tareas de las fuerzas de cambio? Tomando tales preguntas, se propone abrir una discusión pública, principalmente hacia la izquierda y el mundo progresista, sobre las tareas estratégicas que enfrenta el movimiento de trabajadores y trabajadoras en el Chile del siglo XXI. Se habla de tareas estratégicas para remarcar que estos elementos superan los desafíos del escenario político inmediato. Son definiciones amplias que permitirán definir una hoja de ruta sustantiva, que no se pierda en discusiones vacías cómo, por ejemplo, una unificación del campo sindical actual en torno a la premisa de enfrentar la “contraofensiva empresarial” que significa el retorno de la derecha política al Poder Ejecutivo, o si tal o cual organización política o sindical debe o no dialogar con el gobierno de Sebastián Piñera con relación a temáticas de legislación laboral o reformas al sistema de pensiones. Se proponen cinco elementos, con el ánimo de abrir un diálogo colectivo que permita construir una hoja de ruta para el movimiento de trabajadores y trabajadoras en Chile.

Una de las primeras tareas que enfrenta el movimiento de trabajadores y trabajadoras chileno es la (re)construcción de una disposición hacia la militancia sindical. Frente a la hegemonía cultural que el gran empresariado ejerce sobre el resto de la sociedad es prioritario reposicionar una actitud favorable hacia la autoorganización de trabajadoras y trabajadores. No se trata solamente de una cuestión de principios, sino fundamentalmente de demostrar la existencia de una capacidad de resolución de problemas concretos que aquejan día a día a quienes trabajan para alimentar a sus familias. Aspectos como las bajas pensiones, la gran desigualdad en la distribución de los ingresos -que perjudica de manera más fuerte a las mujeres-, la sostenida presión del endeudamiento educacional sobre las familias y la violencia de género en diferentes esferas de la vida, resultan hoy problemáticas ineludibles para la vida nacional. Si el mundo del trabajo organizado logra proponer y desarrollar propuestas para resolver estas problemáticas, ganará una clara legitimidad frente a la sociedad, al posicionarse sobre problemas del presente que no se remiten a la mera dinámica transaccional de los procesos de negociación colectiva, enclaustrados al interior de las unidades productivas.

Un segundo elemento es la construcción de organizaciones de trabajadoras y trabajadores que desarrollen espacios de sociabilidad y de esparcimiento comunitario: el movimiento de trabajadores debe aspirar a arrebatar de las manos del gran empresariado la organización de su vida afectiva y cultural. Eso refiere a una actividad organizativa de la propia vida colectiva que ha sido abandonada por parte de las organizaciones sindicales: organización de instancias de esparcimiento y camaradería como fiestas de fin de año, torneos deportivos, acceso a la cultura, organización de cumpleaños, bautizos, matrimonios y otras celebraciones; la construcción de redes de apoyo para los proyectos de vida de las familias trabajadoras en ámbitos tan fundamentales como la democratización del trabajo reproductivo: cuidado de niños, ancianos y otras personas dependientes; la provisión de educación para los hijos e hijas de la clase trabajadora, atención digna en salud para sus familias, así como la problemática tan acuciante de las pensiones y la protección social. Todos estos elementos hoy dependen del capital y sus lógicas de organización, urge retomarlos.

Un tercer elemento refiere a la construcción de una franja de militantes con capacidades de organización, administración y dirección política de las organizaciones ancladas en el mundo del trabajo. En este campo resulta central ampliar la mirada sobre lo que se entiende como formación sindical (hoy reducido a coachings de negociación y capacitaciones en legislación laboral) avanzando hacia la construcción de verdaderas instituciones educativas de la clase trabajadora: talleres o cursos permanentes de formación y discusión política, revistas de debate político y cultural, medios de comunicación audiovisuales (radios, programas de televisión, uso de redes sociales), etc. Se trata, en suma, de construir un tejido cultural denso y capacidades de organización propias, que permitan ampliar las capacidades de comprensión y apropiación de la realidad social, facultando así una mirada propia sobre el mundo, que no dependa de los intereses del gran empresariado.

En cuarto lugar, se apunta el desafío de desarrollar dinámicas de organización autónomas al empresariado y a la política de la transición. Si los intereses de las clases subalternas han resultado avasallados por los intereses del gran capital y la política ha terminado convertida en administración del país para el beneficio de sus negocios, ¿desde dónde construir movimiento sindical? ¿Se trata de reconstruir las organizaciones sindicales o de apuntalar a un proceso de organización más amplia? Se propone una lectura a contrapelo: no se trata de reconstruir sindicatos sino de la reconstrucción de dinámicas de organización propias de la clase trabajadora: coordinadoras, mesas de trabajo, movimientos sociales amplios; el eje de esta acción no debe pasar -de manera única- por lo sindical, pues el espacio de disputa es mucho más amplio: es la sociedad toda.

Finalmente, se indican dos aspectos que se consideran centrales para potenciar la influencia del movimiento de trabajadoras y trabajadores en el escenario nacional. Por un lado, resulta fundamental trabajar la capacidad de alianzas que el mundo del trabajo organizado pueda establecer con otros movimientos sociales y, por tanto, con las diferentes problemáticas que hoy aquejan a las clases subalternas: el movimiento feminista, las organizaciones de migrantes, el movimiento mapuche, la amplia diversidad de organizaciones reunidas en torno a la diversidad de género y sexual, los movimientos en defensa de la naturaleza, el movimiento de pobladoras y pobladores, las luchas estudiantiles y la recuperación de las pensiones de manos del gran empresariado. Se trata de espacios diversos que han marcado una pauta de lucha contra la mercantilización y precarización de la vida, que resultan sustantivos para el despliegue de una clase obrera organizada a partir las condiciones reales del Chile del siglo XXI.

Por último, se vuelve ineludible una inserción crítica en espacios que contribuyan a desarmar la institucionalidad política de las cuatro décadas pasadas: la lucha por una Asamblea Constituyente, por la democratización de las Fuerzas Armadas, por una verdadera descentralización política, por el término a la lógica subsidiaria en las políticas públicas, por la recuperación de la educación pública y por una democratización sustantiva del Estado, son también campos de lucha que, si bien resultan más alejados de la experiencia cotidiana directa, resultan ineludibles. El desafío más relevante en este sentido es establecer, desde las organizaciones del mundo del trabajo modalidades de alianza no subordinadas con aquellos actores y conglomerados políticos que batallan de manera primordial en la arena político-legislativa: hoy en día un posible camino para alcanzar tal objetivo es apostar por la constitución política del Frente Amplio como fuerza política y social transformadora. No se trata de una apuesta gratuita, el precio que debe exigirse a tal espacio es su propia laboralización, es decir, la incorporación en su seno del movimiento de trabajadoras y trabajadores de este siglo, haciéndose cargo y carne de sus temáticas y contradicciones, y posicionando tales intereses en la vida política nacional.

1 Cooperativa. (2018, 15 de enero). Post reforma laboral: La tasa de sindicalización en Chile subió a 20,6%. Cooperativa.cl

2 Indicadores más detallados sobre estos aspectos pueden encontrarse en Fundación Sol. (2017, 21 de agosto). Los verdaderos sueldos en Chile y Fundación Sol. (2017, 31 de julio). Pobreza y la fragilidad del modelo.

3 En la base de esta propuesta se encuentran reflexiones compartidas por diferentes dirigencias sindicales en dos conversatorios, las cuales son sintetizadas para alimentar una discusión colectiva.

4 Faletto, E. Chile: transformaciones económicas y grupos sociales (1973-1986). En Rodrigo Baño, Carlos Ruiz y María Eugenia Ruiz-Tagle. (eds.). (2008). Enzo Faletto. Obras Completas. Tomo I Chile. Santiago: Editorial Universitaria, pp. 225-278.

5 Ruiz, C. y Boccardo, G. (2014). Los chilenos bajo el neoliberalismo: clases y conflicto social. Santiago: Ediciones El Desconcierto – Fundación Nodo XXI.

6 Según el último informe de Cuentas Nacionales por Sector Institucional de 2017, elaborado por el Banco Central, el endeudamiento de los hogares alcanzaba al 70% de sus ingresos disponibles.

7 El 75% de las pensiones de vejez auto financiadas (descontando bonos del Estado), no superan el sueldo mínimo actual ($270.000). Ver Durán, G. (2017, 10 de julio). En las antípodas de la libertad: pobreza en la vejez chilena. Red Seca.cl

8 Cooperativa. (2015, 1 de mayo). Bárbara Figueroa defendió la reforma laboral y emplazó a la Nueva Mayoría. Cooperativa .cl

9 Nos referimos a la gama de sectores característicos de lo que se ha denominado como “nuevos asalariados”. Se trata de una franja de trabajadores con condiciones de trabajo precarias y flexibles –como los trabajadores subcontratados y a honorario –, además de ser un segmento altamente feminizado. Ver Toro, E. y Arredondo, F. (2016). La “nueva fisonomía” del empleo en el sector público: nuevos asalariados y consecuencias políticas de su invisibilización. Cuadernos de Coyuntura, (16), pp. 12-22.

10 Periódico Resumen. (2018). Dirigentas denuncian boicot de cúpula ANEF contra movimiento NO+AFP. Resumen.cl

11 Boccardo, G. y Ruiz, F. (2017). Entrevista a Luis Mesina: “El desafío del Frente Amplio es disputar las temáticas del mundo del trabajo”. Cuadernos de Coyuntura, (18), pp. 41-46.

12 Grupo de Economía y Trabajo. (2018). Radicalización del consenso neoliberal en Chile (2006-2017): balances y perspectivas para las fuerzas de cambio. Cuadernos de Coyuntura, (20), pp. 34-42.

13 Este debate no resulta específico de la sociedad chilena. Debido a la impronta globalizante del neoliberalismo es un debate que se aprecia, en la actualidad y con similares énfasis, aunque con características históricas diferentes, en la izquierda tradicional europea. Ver Garzón, A. (2018, 27 de enero). Por qué las clases populares no votan a la izquierda y qué hacer para corregirlo. El Confidencial.com


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Autor(es)

Giorgio es sociólogo, magister en Estudios Latinoamericanos y candidato a doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Fue Presidente de la FECH en 2007. Actualmente, es académico del Departamento de Sociología en la Universidad de Chile.