A cuatro años de la revuelta social, más allá de las simplificaciones, conversar sobre las causas y mirar sus impactos sociales y políticos es un ejercicio que permite situar, sin atajos, las tareas del presente. Es así que nos preguntamos por la vigencia de las...
¿Por qué tomar la decisión de competir para la convención?
Tengo la impresión de que ha terminado configurándose una geografía social y cultural muy distinta a la del siglo XX. Las fuerzas políticas no dan cuenta de esta transformación y peor aún, la institucionalidad tampoco, ni el Estado.
¿Una nueva Constitución es la salida?
Estamos ante una sociedad que tiene una gran propensión a la movilización, pero una baja propensión a la asociatividad. Y también tienen una baja capacidad de procesamiento de sus conflictos de interés. Y ante eso la institucionalidad sigue cerrada. Lo que se abrió es una gran oportunidad histórica de ajustar la institucionalidad chilena al siglo XXI.
¿Una oportunidad de qué?
Hay una ciudadanía que está absolutamente fuera de la institucionalidad.
¿Pero es la convención el lugar para intentar modificar eso?
La convención puede ser un momento importante de reorganización de la política en este país, que lo necesita a gritos. Busco contribuir desde la izquierda, para asumir el tejido social del siglo XXI, de este enjambre de movimientos y coordinadoras que no responden a viejos actores ni a la vieja fisonomía de clase.
¿Está aprovechando la izquierda la oportunidad?
Se abrió la posibilidad de institucionalizar las transformaciones. Es una enorme oportunidad que a una política ensimismada le dio la ciudadanía el 25 octubre. La esfera política debía tomar con humildad los resultados y, por el contrario, lo que hizo es ponerse a correr en carreras presidenciales. Nunca he creído que somos dos tercios en contra de un tercio, esa polaridad confunde. El hecho es que hay una élite en la Concertación, que está vinculada a los directorios de las AFP, a las sanitarias, a las isapres, etc.
¿Entonces es difícil la unidad opositora para enfrentar este proceso?
¿Le preocupa esta especie de “casting” constitucional entonces?
Me parece que estamos en una situación sumamente frágil. Estamos sentados arriba de un volcán, arriba de una sociedad con una propensión hacia la movilización muy alta. Pasamos de una especie de “no lo vimos venir” a un “aquí no ha pasado nada”. Hay una negación de la crisis social como el sustrato de la crisis política. Corremos el riesgo de entrar en un ciclo de inestabilidad política prolongada. Entonces la responsabilidad que tenemos es enorme. Por un lado, es una oportunidad de inaugurar un ciclo de modernización real en la institucionalidad y en el modelo de crecimiento en Chile. Por otro lado, hay un riesgo enorme que esto produzca más frustración.
¿Hacia dónde debe apuntar la oposición?
No se puede llegar con un listado fragmentado de demandas particulares, porque eso va a conducir a que los sectores más conservadores -que, insisto, están en la derecha, pero también en la élite de la Concertación- cerquen cualquier posibilidad de transformación sustantiva. Hay que tratar de concentrar, de manera estratégica, el esfuerzo de transformación en ciertos puntos nodales que tienen que ver, sobre todo, con la capacidad de determinación que tiene la sociedad civil sobre el tipo de proyecto de sociedad y de modelo económico en el cual vivimos. O sea, hay que apostar a una redistribución del poder en la sociedad.
¿Cómo se hace esto?
Hay que conseguir en la constituyente, un reconocimiento, un estatuto constitucional institucionalmente consagrado a las organizaciones de la sociedad civil. Ahí es donde se va a expresar el desarrollo de las demandas particulares. Por ejemplo, que la sociedad civil pueda participar en los Consejos de Desarrollo Social a nivel de ministerios, de municipalidades, a nivel incluso de las cámaras constructivas del gobierno, etc.
¿Esa participación se puede lograr en la Constitución?
El problema no es solamente entre Estado y mercado, que era la vieja dicotomía de la transición. Hoy gran parte de la sociedad desbordó ese tipo de conflicto. Y entre Estado y grandes empresas existe una tercera variante que es la sociedad civil y sus organizaciones, que tienen que tener un estatuto legítimo, reconocido para viabilizar de aquí en adelante el pacto social famoso del que se habla.
¿Está esperanzado con la nueva Constitución?
Tenemos que construir un optimismo responsable. Lo que tenemos delante es una situación que tiene muchas posibilidades, pero también muchos riesgos y desafíos. Esa es mi mayor preocupación con la trivialización que hay en término de las discusiones, de estos casting, etc. En el fondo desconocen que estamos sentados arriba de una crisis y de una política sumamente débil para procesarla.
Publica La Tercera
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