A cuatro años de la revuelta social, más allá de las simplificaciones, conversar sobre las causas y mirar sus impactos sociales y políticos es un ejercicio que permite situar, sin atajos, las tareas del presente. Es así que nos preguntamos por la vigencia de las...
Protagonista de una de las internas más disputadas en la corta historia de Revolución Democrática (RD), a pocos días de su asunción como presidenta del partido y tras retomar a pleno sus actividades como diputada por la región de Antofagasta, Catalina Pérez recibe a Cuadernos de Coyuntura para hablar del proyecto que encabeza y de los desafíos que el año 2019 trae para el Frente Amplio, cumplido un año de su instalación parlamentaria. A continuación, compartimos los detalles de la conversación sostenida por Fundación Nodo XXI con una dirigente política que seguramente tendrá un rol clave en la reestructuración del mapa social y político en Chile.
*Por Felipe Ruiz. Editor de Cuadernos de Coyuntura.
Dentro de los ejes más importantes en su llegada a la presidencia de RD están una apuesta por la descentralización y otra por afirmar el papel de construcción social que debe encarar el partido. ¿Puede ahondar en ellos?
Cuando hablamos de descentralizar, estamos hablando de una apuesta política por un tipo de partido determinado. Eso es una discusión que no se ha dado y es una decisión que RD tiene que tomar, respecto a qué tipo de partido quiere ser. Es una decisión con la que no nos hemos comprometido todavía, por una parte, por ausencia de debate interno, pero también por querer dejar la puerta abierta a la posibilidad de que el partido funcionase como plataforma de instalación de un proyecto político lo suficientemente sólido y a la vez complejo para los desafíos del Chile contemporáneo. La propia decisión de pasar de ser un movimiento a un partido político fue una decisión difícil y dice mucho sobre querer tener las puertas abiertas en relación a cuál es el rol que nos corresponde jugar en el escenario político chileno.
Siendo además personas que hicimos formación política en el mundo social, en la campaña establecimos que esta es una decisión que tenemos que tomar, porque el escenario político chileno y su reconfiguración no permite que mantengamos esa indefinición. En eso nos la jugamos por dos apuestas: una, por pasar a ser a un partido derechamente ideológico y no tan instrumental, y otra tiene que ver con cómo reconfiguramos la idea de ser un partido con fuerte arraigo territorial, es decir, un partido de masas. Eso tiene que ver no sólo con la clásica discusión de la izquierda sobre partido de masas versus partido de cuadros, sino también con cómo creemos que hoy se juegan los procesos políticos en Chile. Desde ahí, creemos que la idea de construir un partido ideológico, si se quiere también de esta izquierda del siglo XXI, tiene relación con tomar una decisión y definiciones más claras y profundas de cuestiones como cuál queremos que sea nuestro modelo de producción y consumo para ofrecerle al país, qué idea de democracia y compromiso con los Derechos Humanos defenderemos, cómo queremos abordar los discursos populistas de izquierda, o si buscaremos proyectarnos como mayoría en el escenario político nacional.
Por otro lado, la apuesta por la territorialización y el carácter de masas del partido tiene que ver con qué rol le atribuimos a la movilización social —al millón de personas que votaron en el plebiscito NO+AFP, al millón de mujeres que salieron a marchar el pasado 8 de marzo— en la construcción de un nuevo proyecto político transformador para Chile. En tal medida, la discusión se relaciona con cómo RD logra conducir y entender tales procesos sociales, sin instrumentalizarlos, comprendiéndolos como expresiones del presente social y político del país. Lograr eso pasa por descentralizar la oferta política de RD: acercar y concretar el proyecto político en los territorios, y entender que la disputa por la hegemonía cultural también es una de las dimensiones relevantes de nuestro proyecto. Subyace, en definitiva, la pregunta respecto a qué queremos ser: ¿gestores de políticas públicas o un actor social y político con capacidad de articular otros sectores, con capacidad para ir reconfigurando el tejido social?
Mencionas la cuestión de haber privilegiado una configuración de tipo instrumental antes que ideológica en RD, y en tu campaña sostuviste con fuerza la idea de la necesidad de ir dotando de contenidos a una izquierda del siglo XXI. ¿Qué elementos caracterizarían a un proyecto así y a su horizonte estratégico?
Creo que a la izquierda tradicional le ha costado responder a fenómenos globales que invitan a cuestionar las clásicas soluciones que hemos brindado. El “más o menos Estado” hoy no alcanza para dilucidar soluciones a fenómenos como la migración, la globalización, el cambio climático o el narcotráfico internacional. La clásica configuración de la izquierda ha sido insuficiente para plantearse ante una hegemonía neoliberal abrumadora en el campo sociocultural, y que nos termina poniendo siempre en un lugar de minorías, cuando lo que hoy necesitamos es precisamente lo contrario: tener la aspiración de configurar mayorías sociales que permitan disputar la hegemonía cultural capitalista.
Esa es una definición ideológica, pero cruzada por una dimensión estratégica donde quizás las izquierdas no nos logremos poner de acuerdo, pero en donde una puede jugar un papel. Las diferentes configuraciones identitarias de la izquierda deben contribuir hoy a que seamos capaces de hacer frente al capitalismo neoliberal desde nuestra diversidad: no creo que hoy haya, o que deba haber, una fórmula única para ser de izquierda en Chile. Porque si bien no creo que lleguemos a una respuesta política única, lo que importa es cómo frente a la actual configuración cultural, política y económica, nos posicionamos con respuestas frescas. Y ahí una izquierda de mayorías, que adopte al feminismo como un principio transversal, que se plantee ecosocialista al hacerse cargo de la ecología y el medioambiente, que entienda no solamente al sacrificio o algún tipo de coherencia prístina como identidad política, sino también al deseo como impulsor de un nuevo modelo de sociedad: allí no se pueden obviar las lógicas neoliberales culturalmente hegemónicas. ¿Cómo integramos o articulamos tales asuntos? Esa es una de las grandes preguntas que hoy debemos enfrentar desde la izquierda para ofrecer una alternativa real a Chile. Allí también el sentido de lo revolucionario debe ser reconfigurado: ¿cuál es la revolución a la que la izquierda va a apostar hoy?
Has sido enfática en afirmar que el domicilio político de RD es el Frente Amplio (FA) y que una de las tareas prioritarias del partido es apostar por la maduración política de este proyecto. Luego de un primer año de instalación fundamentalmente parlamentaria, ¿cuáles son los desafíos sociales y políticos que enfrenta actualmente el FA, pensando en el año 2019?
El principal desafío es decidir si queremos ser una alianza política y social, porque es algo aún no decidido. Tenemos la puerta abierta en dos caminos: podemos continuar siendo una alianza electoral que se encarga de administrar lo institucional o podemos apostar por profundizar esa alianza electoral en torno a un proyecto político y social que haga sentido no sólo cuando seamos Gobierno y ejecutemos el “Programa de Muchos”, sino también en la coyuntura y realidad actual de cada espacio local y movimientos sociales en Chile, donde el FA tiene presencia. Entender el desafío del FA como un desafío político y social implica llegar a un acuerdo común respecto a cuál es la estrategia que vamos a utilizar y cuáles son los actores con los que nos vamos a relacionar para hacer frente al modelo neoliberal. Hoy no tenemos tan decidido —por ejemplo— si queremos enfocarnos en lo local desde los conflictos socioambientales, para desde allí construir una posición para las próximas elecciones municipales, ¡o siquiera si esas próximas elecciones municipales marcan los tiempos y dinámicas del FA en lo local!
¿Es necesaria esa maduración política y social del FA, para ir más allá de un simple pacto electoral?
Hoy es una tontera no hacerlo. Porque tenemos que tener el convencimiento de que la disputa por la hegemonía requiere de un esfuerzo que supera con creces el ámbito de lo institucional, y además hoy en día lo institucional está muy vaciado socialmente, hay poco pueblo allí.
En un sentido estratégico, renunciar hoy a lo político y social “no institucional” es no comprender el escenario político y social chileno. Además, hay un espacio de oportunidad enorme porque no hay oferta política para ese segmento de la población que no vota en Chile. Desde esa perspectiva, ¿se va a encargar de reivindicar lo colectivo por sobre lo individual en el sistema actual? No hacerlo es regalar a la ultraderecha un espacio que hoy no está ocupado, es regalárselo a la conflictividad social creciente o a la precarización de los barrios más pobres de Chile. Es renunciar a la oportunidad de una irrupción, incluso político-institucional, de una nueva fuerza política. Pero para hacer eso hay que atreverse a romper varias barreras.
¿Qué tiene que pasar dentro del FA en 2019 para ir avanzando en esa dirección?
El punto es si lo institucional es un medio o un fin, si nos va a alcanzar para ofrecer al país un nuevo Chile. Tiendo a pensar que, dado que no vamos a tener el poder económico, comunicacional o militar detrás, no podemos farrearnos la posibilidad de construir poder popular como espalda social y política. La construcción de poder popular hoy, en este contexto, requiere repensar la configuración identitaria del poder popular en Chile, reconstruir una tradición de este tipo. El proceso de la Unidad Popular en eso nos enseñó muchísimo respecto a cómo se comprendía y configuraba un escenario político donde las identidades iban confluyendo para hacer frente a un modelo. ¿Cuáles son esas nuevas identidades? No son las de antes, no sé si las nuevas identidades van a estar en torno a la vivienda, a lo religioso o en torno al conflicto socioambiental. ¿Dónde están esas identidades?, ¿dónde propiciamos que estén y cómo nos apropiamos también de ellas en lo discursivo, en el entendimiento del nuevo Chile?
Pero eso es un salto al vacío, una apuesta por lo desconocido, y hacer ese tipo de apuestas es siempre más difícil que jugar dentro del tablero de lo conocido. Y, en el FA, siento que también nos jugamos constantemente esa carta: entre el pragmatismo, la gobernabilidad, el crecimiento, la impugnación. No hay una lectura compartida, una lectura sociológica del Chile actual. Lo que sí hay es un horizonte compartido de él, pero en la medida que no hagamos un diagnóstico compartido es difícil que hagamos una estrategia compartida. Eso es lo que debería pasar para ir avanzando.
Se ha escuchado decir que la marcha del 8M es la más masiva que ha habido en varias décadas en Chile, lo que hace parecer ficticio eso de que la gente está desinteresada. Quizás puede ser que los partidos sean los que estén en otra parte…
Es importante preguntarse qué hicimos bien ahora y qué habíamos hecho mal antes para que esto haya ocurrido ahora y no en el pasado. Las mujeres sufríamos la misma violencia diez años atrás, la precarización en el empleo viene siendo la misma, las situaciones de violencia, la configuración del modelo productivo. ¿Qué ocurrió ahora que no había ocurrido antes?
Me parece que también tiene que ver un poco con lo pop, con la disputa cultural, con tener a la Mónica Rincón en noticiarios hablando de feminismo, con que tuviéramos a una comediante en el Festival de Viña hablando de feminismo y de sororidad: eso quizás sería algo que hace 5 años no nos hubiésemos atrevido a hacer, porque reivindicábamos nuestra condición de minoría, de no irrupción. No me atrevo a arrogarme el diagnóstico de esto, pero un elemento a considerar es cómo lograr irrumpir de forma real en el modelo. Por ejemplo, las farmacias populares, ¿por qué tienen éxito? Porque la gente tenía necesidad de consumo de medicamentos a un precio menor, y porque otorga una posibilidad inmediata para el consumo, lo democratiza. ¿Nos hubiésemos atrevido a hacer esto hace cinco años atrás?
Es necesario entender que, si la derecha se apropia de conceptos como la justicia, la igualdad es porque entienden los sentidos comunes que funcionan en la sociedad. Entonces debemos preguntarnos qué tan dispuestos estamos a jugar con esos sentidos comunes, lo que no implica renunciar a lo que pensamos, a la profundidad de nuestro pensamiento, no implica renunciar al socialismo: implica repensar maneras de comunicarlo y, así, de repensar los caminos de llegada.
Estando a la orden del día la ofensiva de las derechas a escala mundial y pudiendo haber algún germen de ello en Chile, ¿Qué papel le cabe al FA en la reconfiguración de la izquierda y el progresismo?
Estamos ante un escenario muy rico en términos de posibilidades políticas, por ejemplo, con el término del sistema binominal. Pero, evidentemente, también tiene lo agraz de tener que repensar cómo se hace política desde la calle y, a la vez, desde la institucionalidad. Y ese nuevo escenario nos lleva a comprometernos con cosas que no estábamos disponibles para defender en otro momento, y creo que ese es el escenario en el que avanza la extrema derecha en Chile: te pone contra las cuerdas en relación a “qué tanto eres parte del modelo, del sistema”.
Y allí es central el si seremos capaces de configurar no solamente un “todos contra la derecha”, sino más bien un proyecto político que le haga sentido a las grandes mayorías. Yo no quiero una izquierda que se ponga a defender el Congreso como institución republicana. Además, como la derecha se plantea desde un rol impugnador, nos roba y se apropia esa rebeldía. La derecha apela a que “se vayan los corruptos” y con eso cubre un velo de racismo, de violencia, de miedo. Frente a esto nosotros terminamos defendiendo la democracia, pero ¿qué es la democracia para la gente? La gente entiende la corrupción, pero no parece estar tan preocupada de la democracia. Ella está pensando en la seguridad, en la salud, en la economía.
¿El FA debería apurar la instalación de una agenda de temas en ese sentido?
Una cosa es cómo incidimos en el reordenamiento de la oposición y reconfiguramos alianzas políticas para ir ganando espacios, evitando que la derecha se quede con la mayor parte de los municipios de Chile. Sin embargo, creo que el problema de fondo es cómo la izquierda logra ser capaz de ofrecer soluciones a viejos y nuevos problemas. Y, en ese sentido, que no tengamos una propuesta diferenciadora en materias de seguridad o incluso migración, en escenarios donde la respuesta de la derecha es muy clara, me parece grave. Nuestra respuesta a esos temas es “democracia y derechos humanos”, pero ¿en qué se traduce eso? Los problemas cotidianos de la gente no parecen tener que ver directamente con eso. Entonces, desde la izquierda debemos trabajar por apropiarnos de esos temas y por repensar soluciones en función de nuestros principios. No lo hizo la Nueva Mayoría porque no lo necesitaba en el marco de un sistema binominal, y el FA no lo ha hecho porque todavía nos falta desarrollo político y nos falta profundizar un acuerdo político y una mirada sobre el Chile actual. Probablemente lleguemos a soluciones distintas con ese tipo de actores, no tanto respecto del horizonte, pero sí, quizás, en relación al camino que vamos a implementar para alcanzarlo.
Porque la respuesta que estamos planteando para estos nuevos problemas son distintas, y la capacidad que pensamos que tiene Chile para avanzar y correr las barreras de lo que se ha pensado como posible, también son diferentes. Tenemos una visión distinta del rol que juega la corrupción, por ejemplo; o cuáles son las condiciones que satisfacen el pacto democrático. Y entiendo que es porque venimos de historias diferentes: la emergencia del FA y de RD viene de un ciclo político en el cual el concepto de democracia se vació de contenido, donde la democracia formal que nuestros viejos consiguieron a punta de sangre y muerte, ya no nos resultó suficiente. Se volvió entonces necesario dar un paso más: queríamos hablar de deliberación, de participación política, de accountability, de gobernanza, de gobierno abierto, entre otras cosas. Y eso es algo que hoy nos hace mucho sentido no sólo en las formas, sino también en el fondo de lo que queremos proponer, y eso es diferenciador respecto a otras visiones de oposición que existen. Es eso lo que determina que el FA exista y que busquemos configurar una izquierda que se la juegue por estar a la altura de los desafíos del siglo XXI.
Al parecer estarías de acuerdo con que un barómetro de éxito para el FA en el mediano plazo sea la posibilidad de reconstruir una alianza política y social más amplia. ¿En base a qué elementos un proyecto de izquierda del siglo XXI debería cifrar sus esfuerzos?
Me imagino al Frente Amplio como un espacio de articulación político-social. Me lo imagino como un espacio donde la gente vive lo colectivo. Y eso implica modificaciones en las dinámicas internas del FA, como también proyecciones de agenda en los espacios locales de inserción. Me imagino a la gente organizándose en los comunales del FA para movilizarse en contra de la termoeléctrica que tenemos en Tocopilla. O me imagino a la gente organizándose en el Frente Amplio para involucrarse en el proceso participativo del gobierno en torno a cambio climático para introducir ahí nuestra agenda. También me imagino al Frente Amplio como un espacio donde la gente se organice para iniciativas como tener huertos comunitarios en la ciudad.
Me imagino al Frente Amplio como un espacio político donde lo colectivo es la solución a los problemas, y donde desde esa disputa hacemos frente a la lógica neoliberal-individual de resolución de las conflictividades. Y eso es la farmacia popular, la universidad popular, la óptica popular, y por eso es tan relevante la configuración dentro del proyecto del FA de las gobernanzas locales, de cómo se reconfigura la gobernabilidad y la participación ciudadana como un proceso deliberativo constante en la comunidad. Eso tiene un correlato con cómo encontramos en los movimientos sociales a nuestros principales aliados, cómo pensamos más allá de la alianza parlamentaria que haremos para sostener el acuerdo administrativo y también con cómo hacemos del FA en sí mismo una expresión del socialismo que nos estamos imaginando, como un espacio deliberativo descentralizado, donde, por ejemplo, hacemos plebiscitos para decidir cosas, donde hacemos asambleas abiertas, donde las y los independientes pueden participar, donde imaginamos que la organización política no está sólo en los partidos.
Entonces, ¿para qué adoptamos las mismas lógicas de la institucionalidad que intentamos romper? Ahí tendremos que ver cómo reimaginamos, yéndonos a la interna del conglomerado. ¿Cómo reinventamos la mesa nacional? ¿cómo reimaginamos la capacidad de que los comunales tengan agencia en lo local, con autonomía, dentro de los principios colectivamente definidos? Hacernos cargo de estos asuntos no es algo de un día para otro, pero es un desafío insalvable si queremos madurar como alternativa social y política.
¿Y crees que en el corto plazo exista una disposición dentro del FA que permita abrir estos temas?
Primero, creo que al FA le falta mucha más confianza y acuerdo político respecto al horizonte compartido que soñamos. Como paso número dos, creo que también nos falta afianzar una lectura compartida del Chile actual, en términos de un diagnóstico sociopolítico y, por tanto, la posterior fijación de una mirada estratégica respecto a ello. Tercero y último, me parece que también hay que poner sobre la mesa que democratizar espacios no es algo que uno deje de hacer en algún minuto, y esa voluntad de democratización debería ser una constante dentro del Frente Amplio. Creo que en la medida que fortalezcamos nuestras confianzas y la profundidad de nuestro acuerdo político, pasando de una alianza electoral a una alianza político-social, repensando y generando ese diagnóstico compartido de nivel estratégico, donde probablemente tengamos diferencias en las tácticas, aunque sí acuerdo en una estrategia común, tendremos elementos que permitirán dar ese salto de maduración. Pero si no nos atrevemos a hacer eso, en términos del cómo se hace política hacia adentro y hacia afuera, creo que el desafío se nos va a pasar de largo, porque no hay tanto tiempo.
El escenario político en Chile se reconfigura hoy, en los siguientes dos o tres años, con las siguientes rondas electorales. El cómo se hace política hoy en Chile está disputa desde ciclos previos al 2011, desde finales de la década de los noventa, desde las movilizaciones estudiantiles de 2001, 2006, por ejemplo, pero no va a estar en disputa tanto tiempo más. Y definitivamente dejará de estarlo si la ultraderecha irrumpe en el juego político, o en la medida que nos desborde la abstención y la legitimidad de las instituciones alcance niveles tan bajos que sean muy difíciles de corregir. Siento que tomar un camino u otro es una decisión que no siempre está abierta, no siempre se puede hacer, aunque hoy sí podemos hacerlo.
Autor(es)
Felipe Ruiz
Felipe Ruiz se desempeña como investigador y docente en la Facultad de Cs. Sociales de la Universidad de Chile, es Magíster en Cs. Sociales y Sociólogo de la misma casa de estudios. Su área de especialización es la economía política y sociología del desarrollo, atendiendo al vínculo entre modelos de crecimiento, actores empresariales y políticas públicas en economías en desarrollo.