A cuatro años de la revuelta social, más allá de las simplificaciones, conversar sobre las causas y mirar sus impactos sociales y políticos es un ejercicio que permite situar, sin atajos, las tareas del presente. Es así que nos preguntamos por la vigencia de las...
UN CHILE QUE CRUJE: EL TSUNAMI FEMINISTA. APROXIMACIONES AL “8M” CHILENO.
La reciente movilización del “8M”, Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, se inscribe como la protesta más grande en Chile desde la vuelta a la democracia. Con ello, instala un escenario abierto de oportunidades para impugnar algunas bases del consenso cultural sobre el lugar de las mujeres en la sociedad, así como de las posibilidades y necesidades de pensar desde el malestar de las mujeres, en un contexto de neoliberalismo avanzado, alternativas a un modelo que evidencia sus propias tensiones, especialmente para la mitad de la población.
Parece no ser casual que, en un escenario general de respuestas políticas con olor a viejas recetas: vías autoritarias, fundamentalismos y empobrecimiento de la política, haya un Chile y una parte del mundo que cruja. No solo por la tensa distancia entre las “conquistas” de derechos de las mujeres en aras a la igualdad -como su incorporación al campo educacional- y su situación real en las relaciones sociales implicadas -desvalorización del trabajo femenino, violencia de género, por nombrar algunas-, sino que también por las contradicciones propias de un modelo que ha promovido relatos de mayor libertad, pero que en diversas dimensiones de la vida evidencia su total restricción —como la indignidad de la vejez, las restricciones en los derechos sexuales y reproductivos y la brutalidad de la violencia lesbo y trans fóbica—. De ahí la urgencia de su análisis.
Por su parte, en el ciclo reciente de movilizaciones feministas, de las masivas protestas bajo la consigna “Ni Una Menos” ante los macabros casos de violencia en Chile y otros países, del “Mayo feminista” como rebeldía de las estudiantes ante las situaciones de abuso y violencia en las universidades, de la masividad de las movilizaciones por el “aborto legal, seguro y gratuito” y de las crecientes convocatorias para el 8M, cuya mayor expresión se alcanza en el llamado a huelga de este 2019, se va dibujando un proceso de activaciones feministas, construcción de organizaciones, lazos internacionales, debates teóricos y estratégicos sobre los feminismos y, al instalarse el feminismo como un significante que circula en la discusión pública, como disputa política abierta sobre su contenido y alcance transformador.
Una aproximación a la masividad del 8M chileno
“Históricas”[1] y “Mujeres exhiben su poder en Chile (…)”[2], fueron algunos de los titulares de los diarios tras el 8M. La imagen de una alameda desbordada y de más de 70 ciudades movilizadas en todo Chile, muchas por primera vez, hablan de la inocultable masividad y heterogeneidad de la convocatoria que logró el llamado a Huelga.
¿Por qué tal masividad?, ¿quiénes se movilizaron y por qué? son algunas interrogantes útiles de ser planteadas para pensar en las potencialidades de tal hito. Si bien hay un carácter multifactorial para explicar la movilización, una hebra que parece atravesarla es un desplazamiento en la tolerancia frente a las diversas expresiones de injusticia que se experimentan por el solo hecho de ser mujeres, poniendo en tela de juicio un campo de valores sociales naturalizados. De ahí los niveles disímiles de aproximación a la huelga y las diversas demandas que se expresan.
El contexto previo de movilizaciones feministas, como el “Mayo Feminista” y el sinnúmero de actividades que anteceden a la “huelga” produjeron un debate, que, aunque parecía subterráneo o reducido a las feministas, se tomó la conversación pública. Así, se produce un encuentro intergeneracional en los propios hogares, conversaciones y alianzas entre hijas y madres, e incluso abuelas. Alianzas en espacios profesionales de trabajo que van constituyendo asociaciones gremiales que se definen feministas, redes de solidaridad ante situaciones de violencia de género y, desde luego, múltiples iniciativas desde grupos activistas y puentes hacia otras luchas sociales.
Los días previos al tsunami feminista están marcados por una amplia agenda mediática acerca del Día Internacional de la Mujer, reportajes y estadísticas sobre la situación de las mujeres, conversaciones sobre el carácter festivo o no de la fecha, especialmente en un año que comenzó teñido de rojo y que dejaba entrever las limitaciones de la respuesta pública ante las denuncias por violencia. A su vez, la decidida iniciativa de la líder del Ministerio de la Mujer y de la Equidad de Género, con el despliegue de la campaña para que las mujeres denuncien, la suscripción de acuerdos con el empresariado para incrementar la participación de mujeres en directorios y la revitalización de la ley integral contra la violencia, entre otras, tambalea. El cuestionamiento al llamado a huelga que realiza Isabel Plá y otros personeros del gobierno amplía la visibilidad de la convocatoria y elabora un antagonismo no difícil de producir en el campo de las luchas de las mujeres.
Pero más allá de una revisión contingente de hechos con suma positiva, cabe consignar que la masividad alcanzada, aun cuando heterogénea, es limitada. Esto pues hay un grupo importante de mujeres que se encuentra lejos de la interpelación feminista o de otras luchas por derechos, siendo identificables mayormente en la movilización grupos heterogéneos de mujeres cuya principal vía de incorporación social está marcada por el nivel de enseñanza alcanzado, destacándose una vía de carácter técnico-profesional.[3] Esto es concordante con procesos previos de politización asociables a las movilizaciones estudiantiles y/o a las contradicciones propias de incorporaciones al campo educativo y laboral que han supuesto nuevas formas de exclusiones en una lógica mercantilizada de la feminización.[4] Ésta observación no pretende relativizar el hito histórico que marca la reciente movilización, pero sí pensarla con agudeza, como tarea de elaboración necesaria hacia las desafíos que nos abre.
En esa línea podemos agregar que desde los distintos sectores: los feminismos y las fuerzas políticas, hay esfuerzos por promover ideales del “ser mujer” que entran en tensión o que son oportunidades de aprovechamiento para quienes tienen la capacidad de usarlas, como la derecha. Pues se desatiende una mirada más profunda a los dilemas propios de la producción cultural hegemónica del neoliberalismo en las mujeres, es decir, de la inexistencia de mujeres abstractas con deseos reductibles, sino que con contradicciones propias de expectativas de mayor libertad que muchas veces no se condicen materialmente, pero sí en el campo subjetivo, con una percepción de mayor integración, propia de una ruptura con el mandato patriarcal tradicional al acceder al mundo laboral formal y, con ello, al consumo. Entonces, se pueden apreciar discursos-interpelaciones de exaltación al rol colaborador de las mujeres con el proyecto país de base dictatorial y que se remiten a políticas de la familia tradicional, o caracterizaciones sobre “la mujer trabajadora”, ya sea desde una perspectiva del empoderamiento o desde la apelación a sus precariedades, y/o amplificaciones del carácter de ciertos segmentos sociales de mujeres como los dilemas de todas, etcétera. De ahí que una mirada más profunda de la situación de las mujeres pueda ser central para mantener y acrecentar la masividad del 8M, y sino al menos para empezar a enfrentar con iniciativa las distintas agendas de género del gobierno atendiendo a las complejidades que tejen a las chilenas bajo el neoliberalismo.
En una aproximación desde los mundos feministas, la movilización deja a entrever —como lo ha hecho en otros momentos de la historia feminista—, las disruptivas lógicas de organización y asociatividad que tensionan las fórmulas clásicas de los movimientos sociales y que en ocasiones lleva a análisis que invisibilizan posibles campos de enfrentamiento a una asentada fórmula individual de asociación social, cuyo salto a una disposición colectiva se disuelve tras ciertos momentos de efervescencia. También, deja en evidencia un fenómeno propio de la crisis de legitimidad de la política, que dialoga con la aprendida desconfianza de las feministas hacia el procesamiento institucional, sobre la enorme brecha entre las demandas e intereses de las organizaciones que encabezan las movilizaciones y la actuación política desmovilizadora frente a ellas, a veces en excesiva parlamentarización y escasa apertura a debates públicos que viabilicen nuevos acuerdos sociales. Pero también por parte de las organizaciones, en agendas que a veces obvian caminos para sus avances tras grandes relatos de horizontes y/o en las dificultades para construir interlocuciones; son conocidas las lógicas de multi-representaciones de los mundos feministas. Finalmente, hay una diversidad de feminismos expresándose y disputando los significados y las formaciones de nuevas generaciones feministas. Sectores críticos de tradición socialista, radical, queer; sectores tradicionales de raigambre liberal y las denominaciones feministas de derecha, pero desde otras plataformas.
Si bien es familiar a la historia feminista aparentes momentos de silencio que preceden a las llamadas olas, una imagen que mejor describe la histórica jornada es la de un tsunami que, aun cuando efímero, no “cesa” su avance sin haber dejado antes profundas huellas en su desborde.
Las derechas: profundización conservadora, populismo femenino y disputa liberal
A modo de antecedentes, el año 2018 sorprendía la capacidad de la ministra Isabel Plá para desplegar una agenda ante las movilizaciones de las estudiantes, que, si bien eludía la dimensión más profunda del alegato, la educación no sexista, en coherencia con un abordaje regulatorio-punitivo, articulaba actoras para dar una respuesta a las situaciones de violencia. El año 2019 comienza con una alta popularidad para la ministra, sin embargo, los sucesivos casos de femicidios dados a conocer, con cada vez mayor cobertura mediática, empiezan a complicar a su Ministerio, activando la agenda del gobierno anterior en relación al proyecto de ley “Violencia Integral”, junto a una campaña que llamaba a las mujeres a denunciar. Iniciativas que rápidamente contrastan con las noticias sobre los casos de femicidios en que efectivamente las mujeres habían denunciado, con la precariedad de los centros de acogida, varios cerrados y, con las movilizaciones de las trabajadoras de los Centros de la Mujer. Estas situaciones van poniendo en tela de juicio, no sólo la responsabilidad del Ministerio, sino que el agotamiento de una forma de abordaje de políticas públicas ante las situaciones de violencia, y, peor aún, en el campo de la prevención.
Se desconfía y cuestiona a la justicia en su capacidad para responder ante la violencia hacia las mujeres como un espacio de estigmatización y exposición que parece remontarnos aún al derecho de las 7 partidas y, con ello, a un cuestionamiento permanente hacia las mujeres, concordante con una ciudadanía devaluada o de segunda categoría. Con esto, a pesar de su atemporalidad, la autotutela se abre camino -y con ello los discursos de mano dura y orden- y además se acentúa la crisis de confianza en las instituciones como mediaciones sociales posibles. Desde luego, esta es una situación que viene cuajando desde los gobiernos anteriores, pero que, sin embargo, también abre posibilidades para elaborar sobre “lo justo” y sobre aspectos estructurales de la violencia, como su dimensión económica y, a partir de allí, sentar un nuevo acuerdo social que pueda organizar una gran transformación de la justicia chilena.
Si bien a nivel nacional e internacional ha imperado por un largo tiempo una aproximación liberal a las políticas de género —la igualdad de oportunidades—, junto a los crecientes malestares feministas y a las tensiones que el modelo neoliberal ha ido evidenciando, se han ido formulando estrategias de abordaje que van mostrando las componentes de un pacto no siempre cómodo: el conservadurismo de tinte oligárquico con un liberalismo económico de valores progresistas. Más incómodo aún si se definen feministas ante la provocación del avance del feminismo en los espacios públicos (medios de comunicación, universidades, etcétera) y de la creciente masividad de las convocatorias feministas.
¿Qué “feminismos de derecha” podemos identificar?, ¿a qué sectores de la derecha representan y qué tensiones producen? Son preguntas a trabajar para entender y tener más alternativas que la mera reacción a sus arremetidas.
El llamado a huelga que realizan las feministas organizadas genera múltiples reacciones. El vínculo de la huelga con demandas como No+AFP, activa la respuesta del gobierno que relativiza el llamado haciendo una diferencia entre movilización y huelga[5], importantes empresarios e intelectuales de derecha (mujeres) salen a delimitar cuáles sí serían las demandas de las mujeres, en oposición a un supuesto aprovechamiento político tras la convocatoria. Dichas reacciones dejan al menos dos aspectos en evidencia, por un lado las notas que toma el empresariado sobre el peligro de una impugnación de carácter estructural de una de las principales vías de su enriquecimiento, las AFP y el sistema previsional en general -sistema que afecta con especial rigor a las mujeres por las lagunas y míseras pensiones-, como por la mayor responsabilización en el campo de los cuidados que se traspasa como obligación sobre generaciones más jóvenes de mujeres en sus entornos familiares, privatizando un ámbito que de lo contrario debería ser un campo de responsabilización social y derechos asegurados. “Las justas demandas de las mujeres por equidad, en las que Chile ha avanzado y el gobierno tiene un compromiso” -armarán como relato-, “no pueden enturbiarse con un movimiento que se ha politizado”.
Otra demanda histórica feminista que despierta resistencias al incorporarse junto al llamado a huelga, es el aborto libre. Demanda que tensiona al sector más conservador de la derecha, el que hábilmente pone en primera línea a sus personeras políticas para disputar cuáles serían las razones de la movilización de las mujeres y relativizar el programa. A su vez, reflotan una identidad de mujer-madre que todavía tiene una fuerza cultural muy grande para amplios sectores de mujeres. Por su parte, cierto feminismo liberal asoma tímidamente en figuras como Sylvia Eyzaguirre y Lily Pérez, sin embargo, sus posiciones son marginales si miramos el mapa ideológico de la derecha chilena y el peso que allí tienen posiciones abiertamente conservadoras.
Donde el feminismo liberal tiene más espacio es en el giro empresarial acerca de los avances en equidad que dice relación con una agenda propia de lo que desde los estudios de género se denomina “techo de cristal”, metáfora que hace alusión a los obstáculos para ocupar los altos espacios de dirección y que dialoga con un estrecho mundo de mujeres, pero que tiene amplia cobertura al constituir modelos de éxito a ser imitados y que calzan con algunas formas de subjetivación que el neoliberalismo ha ido produciendo[6]. Concordante, es un discurso respecto a los derechos de las mujeres en una variable de igualación de la cancha, que no tensiona los mecanismos de producción de desigualdades, primando una mirada tecnocrática de resultados y brechas que, ciertamente, abunda en Chile.
Por último, otra fórmula que se alumbra con su propio liderazgo en la derecha es el de un “populismo femenino”, que apelando a los estereotipos sobre el ser mujer resuelve necesidades concretas a través de políticas específicas que hacen gala de la efectiva división de la política que produjo la municipalización, estableciendo una relación directa más sustantiva para las personas que dependen en gran medida de las ayudas focalizadas. La alcaldesa de Maipú, Cathy Barriga, representa este giro que condensa el reforzamiento de los roles tradicionales asociados a la mujer, la división sexual de trabajo y el apoyo material que resuelve necesidades concretas y sentidas de la población como los cuidados de personas enfermas o adultos mayores. El alcance que este tipo de medidas generan en franjas de mujeres que actualmente no se sienten convocadas por el feminismo —y que no son pocas—, no debe ser desestimado.
Lo que en definitiva se aprecia es que la derecha ha tomado nota de que la emergencia feminista es un hecho insoslayable y que deben, a pesar de las tensiones que en su propio seno provoca el feminismo, elaborar una política que le permita recoger algunos elementos y contener aquellos que podrían fisurar la legitimidad del orden social. En tal escenario, se intensifica entonces la necesidad de disputar políticamente el sentido del feminismo.
El feminismo y la lucha política. Desafíos y oportunidades
Los desafíos que abren tanto el malestar de las mujeres en el avanzado neoliberalismo chileno como la activación social que se ha producido en los últimos años, cuya mayor muestra ha sido el pasado 8M, son enormes. El movimiento feminista actual enfrenta el desafío de asumir y resolver viejas tensiones que vuelven a presentarse, junto con hacer frente a nuevas tareas propias de las condiciones del presente, como la necesidad de ampliar su carácter social y disputar la conducción de malestares sociales que se expresan, cuestiones en las que todavía la derecha y los sectores conservadores tienen amplia cancha, sobre todo ante la inexistencia de una oposición que dispute desde un proyecto alternativo.
La movilización del pasado 8M fue inmensa y sin duda en su masividad radica buena parte de su fuerza. Sin embargo, la historia reciente nos muestra que “la calle” es un elemento esencial, indispensable, pero no suficiente para el enfrentamiento de intereses sociales organizados. En Chile ya tenemos experiencia de que tras grandes movilizaciones sociales, como fueron aquellas por la educación pública y gratuita en 2011, se fortaleció todavía más el mercado educativo con recursos públicos. En nuestro caso, por la propia naturaleza heterogénea del movimiento feminista y su rechazo de las formas tradicionales de la representación política, es un enorme desafío convertir la masividad expresada en las calles en fuerza social y política para que toda esta movilización no se convierta en una renovación del pacto social neoliberal o en acumulación de frustración social. Las fuerzas neoliberales ya están en eso y sabemos que para hacer prevalecer sus intereses actúan como un bloque.
Para las organizaciones políticas emergentes y de oposición, que deben plantearse el problema de la construcción de fuerza social y política para enfrentar al ciclo neoliberal en Chile y abrir caminos de democratización y reconstrucción de derechos sociales, es crucial entender lo que se juega en esta irrupción del movimiento feminista y de mujeres. Las posibilidades de acumular fuerza para el campo subalterno son tan grandes como los peligros de acabar renovando el neoliberalismo en nombre de los derechos de las mujeres. Las fuerzas políticas emergentes son parte sin duda del heterogéneo espacio del feminismo hoy en día, pero las inercias de formas políticas tradicionales, como la instrumentalización de movimientos sociales, la suplantación de actorías, la presión ejercida sobre los movimientos en coyunturas electorales, la parlamentarización de los conflictos sociales, etc., son vicios que el movimiento feminista rechaza con razón, presionando a las organizaciones políticas a revisar sus prácticas y sus maneras de relacionarse con los sectores organizados de la sociedad. Inventar nuevos términos de articulación es también un desafío y una necesidad política.
El escenario está abierto. Lo abrió el feminismo. La posibilidad de una democratización social y política que acompañe al cambio cultural que está encabezando la arremetida feminista, una democratización que no dividida lo personal de lo político, ni la casa de los asuntos país, es una de las mayores oportunidades que tenemos. Tendremos que estar a la altura.
- La Cuarta. (2019, 9 de marzo). Históricas. La Cuarta. ↑
- La Tercera. (2019, 9 de marzo). Mujeres exhiben su poder en Chile con históricas marchas. La Tercera. ↑
- Como se establece en los análisis del Instituto Nacional de Estadísticas, el grupo de mujeres ocupadas es más educado que el grupo de hombres ocupados, operando como mayor estímulo en la participación en la fuerza de trabajo. A su vez, y a diferencia de los hombres, la segunda concentración de mujeres ocupadas pertenece al nivel universitario de enseñanza y la tercera al nivel técnico. Sin embargo, el grupo mayoritario de mujeres ocupadas es aquél que alcanza el nivel medio de enseñanza, accediendo directamente al sector servicios. En Género y Empleo. (2017, mayo). Enfoques estadísticos. INE. ↑
- Esto como parte del proceso de modernización neoliberal y del modelamiento y/o adaptación de la condición estructural de desigualdad de las mujeres. Para ahondar ver Ruiz, C. y Miranda, M. (2018, septiembre). El neoliberalismo y su promesa incumplida de emancipación: bases del malestar y de la ola feminista. Anales de la Universidad de Chile, (14), pp. 189-201. ↑
- León R. (2019, 4 de marzo). Gobierno rechaza paro feminista del 8M: “No hay que hacer huelgas”. El Dínamo. ↑
- La Tercera. (2019, 29 de enero). #VíaInclusiva: Ministra Plá se reúne con Luksic para incentivar arribo de mujeres a directorios de empresas. La Tercera. ↑
Autor(es)
Camila Miranda
Camila es egresada de Derecho de la Universidad de Chile. Además de la dirección ejecutiva de la Fundación, es investigadora en Estudios de Género, Feminismo y Educación.