68, UN MODELO PARA ARMAR
23 octubre 2018
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Nicolás Román, Doctor en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile.

Resumen

Se plantea una reflexión sobre el legado y la memoria de los mayos del sesenta y ocho, a propósito de su quincuagésimo aniversario. En diálogo con el movimiento situacionista, grupo relevante en la experiencia francesa y en general europea, se piensa en las herencias que de allí surgieron, alrededor del mundo y no solo desde Francia, para el siglo XXI, en referencia a la necesaria rearticulación del vínculo entre política, cultura y sociedad.

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Se cumplen 50 años de las huelgas generales que asolan Occidente a fines de los años sesenta. Estas huelgas en plural marcan una crisis que queremos señalar en distintos aspectos. Este periodo es clave para el movimiento estudiantil y, además, es un ciclo global de contestaciones a la sociedad capitalista que no se agota en el ámbito universitario, esta época tiene huelgas obreras, grupos armados, guerras de liberación nacional y un renovado y profundamente crítico movimiento feminista. Las contestaciones en las fábricas, las ocupaciones y las huelgas salvajes, sin embargo, tienen por consecuencia de la otra vereda la rearticulación del capital y la reordenación posfordista de la economía global con una reformulación que toma un largo aliento desde fines de los setenta hasta hoy.

Si por el sesenta y ocho recordamos a los estudiantes precarios, es porque también olvidamos el protagonismo de la clase obrera. Muchas veces este efecto se debe a que el relato estudiantil se construye como una memoria académica del activismo. Frente a esto, el movimiento obrero no tiene la posibilidad de narrar su propia historia debido a su condición subalterna. La crítica de los que antes eran intelectuales orgánicos se aleja de su función junto al movimiento real, y esa mirada letrada se subordina a la división social del trabajo como una actividad separada.

Asimismo, los sujetos que protagonizan estas luchas sociales son diversos: las y los jóvenes precarios, el obrero masa, las feministas de la segunda ola, los trabajadores del sur de Italia en las huelgas en la Lombardía, los industriales del Cordobazo, entre otros. Las luchas se vuelven culturales y políticas, así también, el capitalismo posfordista se robustece por medio de la desarticulación social que pasa del control al exterminio. Los modelos de la izquierda del siglo XX, por otro lado, se vuelven ineficaces debido al agotamiento de sus fuentes de organización como la fábrica y el sindicato, sumado al campo desolado de una izquierda dividida, incapaz de articular la historicidad de su antagonismo.

El sesenta y ocho es esto y más, nos hereda luchas significativas y aprendizajes que cargan una añoranza por una alborada de revueltas, pero también una advertencia de cautela, un legado, cuyas herramientas de interpretación y activismo pueden servir para examinar los nuevos ciclos políticos de organización del disenso.

  1. Modelos para armar

El sesenta y ocho es un modelo para armar, no tiene una trayectoria lineal, no es un único movimiento y no ocurre solo en un contexto. Si muchas veces se lee esta fecha como el nuevo protagonismo de los estudiantes, especialmente los parisinos, estas protestas globalmente son protagonizadas por jóvenes, obreros y obreras desplazados, feministas y sujetos precarios. Una cosa es cierta, los movimientos de esta época son el auge de nuevas formas de organización espontánea que se contrasta con el sello de la larga muerte del movimiento obrero del siglo veinte.

Este ciclo histórico intenso, lleno de manifestaciones, tomas y protestas, es el cierre e inicio de uno nuevo. Si los obreros franceses e italianos lucharon contra la precariedad laboral, sus consignas fueron el canto de cisne de una tradición del movimiento sindical. El reclamo de los proletarios se estrella como los adoquines contra las vidrieras de un capitalismo que muestra una fisura, sin embargo, se rearticula sobre la base del consumo, la imagen, la identidad y el doblegamiento de la disidencia. Al decir de Tari “los restos del Movimiento de los años setenta fueron reabsorbidos por el flujo de la postmodernidad democrática sin posibilidad ni capacidad de transmitir la que había sido una experiencia revolucionaria de una intensidad sin igual”1. Esa experiencia de la revuelta queda sepultada ante el paraíso posmoderno del consumo que destruye las bases materiales de los activismos de izquierda y asimila las consignas políticas como revueltas identitarias.

La agonía obrera y la rabia estudiantil, sobre todo en el contexto intelectual y cultural, son procesadas y asimiladas como una revuelta cultural, como una disidencia juvenil, como un proceso sometido a la barrera de contención en los marcos de la intelligentsia contemporánea. Por lo general, las revueltas del mayo estudiantil suavizan la conflictividad de las huelgas generalizadas y su protesta contra el hartazgo del consumo. El procesamiento de la huelga en muchos casos se transforma –como ocurre hoy también– en una reivindicación sectorizada y mesocrática, un grito evanescente del descontento de la juventud.

Estas luces y sombra del sesenta y ocho vislumbran el problema de la fragmentación de la protesta, el surgimiento del posfordismo y su nueva línea de producción. Hubo o hay una incapacidad de reflexionar sobre estos procesos, por un lado, la izquierda tradicional asociada al fordismo se desvanece debido a su anclaje en el sindicato y, por otro lado, por la izquierda radical, cuya consigna no forma un programa más allá de la política del gueto de los embelesados por las acciones y las fraseologías incendiarias. Porque si esta época tuvo huelgas de masas, también tuvo actos de violencia armada en paralelo a esas protestas, grupos cuya lectura desesperanzada de la época los arrojaba al calor de una hoguera que buscaba quemar los restos del siglo XX.

  1. La revuelta

Las revueltas contemporáneas buscan –para bien o para mal– su inspiración en las revueltas de mayo, buscan ahí el quid de una ruptura que no se resume bajo una consigna esclarecedora. Estas revueltas febriles expresan en la calle una falta de dirección, pero la esperanza de sacudir las estructuras que provocan el malestar, concretamente, las revueltas de fines de los sesenta representan un hartazgo frente a la sociedad del consumo dominada eficientemente por la inclusión de los asalariados en la primavera dorada capitalista, sin embargo, el bienestar no era perdurable en el tiempo. En aquella época, las fisuras de la quietud comienzan en el ámbito estudiantil y se conectan al descontento en las fábricas.

Las acciones de la revuelta reclaman mover el tablero de la política y se enfrentan a los cerrojos que sellan ese acuerdo de aparente paz social del bienestar. Para Oreste Scalzone, miembro de Potere operario en la Italia de los sesenta, esta época representó “la salida de las catacumbas. La libertad de representación de una cuasi revolución. Antes éramos marginales subalternos, obligados a buscar el enfrentamiento con el Estado por medio de la interposición personal, encontrándonos siempre frente al Estado-PCI, el Estado-sindicato, sin poder llegar nunca a autogestionar luchas independientes y autónomas”2. Los agitadores italianos de la época se enfrentaron a los sindicatos y al Estado. La tradición sindicalista, separada y vuelta representación de los obreros, no procesaba la rebeldía de los cuadros jóvenes de la clase. Justamente en esa experiencia había una disyunción entre aquellos que fueron parte de la resistencia en la Segunda Guerra Mundial y luego ingresaron al mundo del trabajo, frente a los trabajadores migrantes, en muchas ocasiones sureños, que llegaban a trabajar en las fábricas del lujo y el desarrollo en el norte italiano.

La imagen política de la época es, en ocasiones confusa, las huelgas generalizadas no desembocan propiamente en una conquista del poder al estilo de las comunas, como se vitoreaba el diez de mayo en el barrio estudiantil francés, el Barrio Latino. Esa postal de la conmoción genera confusión, aunque en su trasfondo se desdobla en una disociación de los protagonistas de la revuelta. Hubo obreros fordistas miembros del sindicato y en el otro costado de las montañas de adoquines había jóvenes mesocráticos y una clase baja proletarizada que no se puede mirar en el espejo del bienestar, “cuando las luchas antisindicales de los obreros occidentales son reprimidas, en primer lugar, por los propios sindicatos, y cuando las revueltas actuales de la juventud lanzan una primera contestación informe, que implica de modo inmediato el rechazo de la antigua política especializada, de arte y de vida cotidiana, están aquí presentes las dos caras de una lucha espontánea”3. Esa lucha espontánea que explica la Internacional Situacionista (IS) bajo los términos de su portavoz, Guy Debord, busca la derrota de una sociedad en vías de una hiper-especialización por medio de la educación de los trabajadores. El concepto del espectáculo ­—que hoy ha ingresado vía académica a la discusión sobre la imagen— tiene que ver con esa contemplación de una representación separada de lo social.

Como los árboles que no permiten ver el bosque, la universidad masiva de los setenta cumple el rol de perpetuar ese espejo de lo social que no deja ver el conjunto de la sociedad como todo. La hiper especialización laboral desde una perspectiva de izquierda muestra cómo “la universidad […] divide en dos grupos a los estudiantes, los destinados a la carrera académica y a los puestos de liderazgo y los otros para los que el título es un pedazo de papel utilizable en la caza de cualquier puesto de trabajo”4. El trabajo de los obreros calificados ya no solo implica tener un puesto en la cadena de producción sino encarnar ese puesto vía la producción del saber asociado a ese lugar. Esta versión no solo necesita la dimensión de producción de productos, sino que busca meticulosamente producir cierto tipo de sujetos dóciles al consumo embelesados por el agua que refleja sus rostros.

Ante este bloque de falsa unidad logrado por la separación impuesta por la división social del trabajo, los situacionistas insisten en la unidad del antagonismo. La crítica a esta separación en La sociedad del espectáculo (1967) es el motivo insistente de estos intelectuales. Sin embargo, su misma labor otrora revolucionaria hoy es digerida como uno de los best seller de la revuelta.

Los panfletos de los enrages, los iracundos de Nanterre, en conjunto con la IS son los pregoneros de las rupturas del sesenta y ocho. El escenario es adverso, uno de los motivos de esta condición es debido a que “el proletariado de los países industriales ha perdido completamente la afirmación de su perspectiva autónoma y, en último análisis, sus ilusiones, pero no su ser”5, los situacionistas tienen una perspectiva que hace una lectura autonomista del marxismo relacionada con una crítica del arte vanguardista y la recuperación de la vida cotidiana. La posición de los proletarios “mora irreductiblemente existiendo en la alienación intensificada del capitalismo moderno: es la inmensa mayoría de trabajadores que han perdido todo el poder sobre el empleo de sus vidas, los que lo saben, se redefinen como proletarios, el negativo del obrero en esta sociedad”6. Obreros y proletarios definidos como afirmación y negación son las figuras utilizadas para renovar los bríos de la ruptura con la sociedad administrada por la economía.

El movimiento obrero burocratizado empaña la perspectiva de un sindicalismo revolucionario, asimismo, las condiciones de vida de los trabajadores integrados al sistema por el consumo hacen que la dominación no tenga por base el hostigamiento y la opresión, como señala Raoul Vaneigem: “la burocratización del movimiento obrero, el colapso de las imposturas de la emancipación (socialismo, leninismo, trotskismo, maoísmo, izquierdismo y las demás), el consumismo y la transformación de la práctica política en clientelismo han sumergido al proletariado en el desconcierto hasta el punto que está en todas partes y no se reconoce en ninguna”7. La ruptura en la vida cotidiana implica descubrir una ética al servicio de la política, ejercer la crítica como una actividad radical y comprender los nuevos desafíos que implica un escenario que desde el sesenta y ocho en adelante se abre a las condiciones del capitalismo tardío.

El bloque antagonista busca su unidad, aunque esboza una situación para todos cierta. El capitalismo con su foco en el consumo organiza el tiempo libre en función del trabajo y borronea los límites de la fábrica, así trabajo y consumo son las dos piezas de la satisfacción en la sociedad del capitalismo tardío que construye un orden dominado por los relojes y las imágenes de la producción, “el capital (los capitalistas) se apoderaban del tiempo vivido fuera del ámbito de trabajo, invadían la esfera de la elección individual, ponían en funcionamiento, por citar a Marx, el proyecto ‘de convertir el tiempo social disponible en tiempo productivo’, poniendo las condiciones institucionales de la apropiación “gratuita” no sólo de la formación (la instrucción) financiada por el gasto público sino también de las capacidades individuales”8. La reformulación del capitalismo implica la mercantilización de la vida social, así también las capacidades individuales, aquellas reforzadas por el sistema educativo, son orientadas hacia a una forma de dominación nueva.

Ese sentimiento de desposesión de la propia subjetividad lo experimentan los grupos de protesta de los años sesenta, se enfrentan a un nuevo panorama de la explotación en el siglo veinte que se perpetúa en el siglo veintiuno. El apoderamiento del tiempo vivido fuera de la órbita del trabajo lleva a la consigna de la fábrica social, así el escenario adverso implica que para aquellos que no tienen nada, pueden ganarlo todo. Derivado de esta situación se estrechan los lazos entre cultura y política, porque el foco del cuestionamiento no sólo está orientado a la representación y la administración del Estado, en el ámbito político; ni tampoco a la producción y distribución de los recursos, en el ámbito económico; es decir, no basta con el Estado de bienestar ni tampoco con el socialismo real, sino que se cuestiona radicalmente la vida y se expande un horizonte utópico que aviva la esperanzas de la liberación y la transformación de la sociedad. Así “la reivindicación de la autonomía es el rechazo de la mediación [y la] apuesta por la democracia directa”9. En palabras de los situacionistas, estas posiciones en contra de la mediación buscan, por un lado, impedir la burocratización del movimiento y, por otro, estrenar una crítica de la separación y la alienación. Si Debord señalaba, “el espectáculo es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizadas por imágenes”10, su propósito no es criticar una sociedad de los mass media, sino destacar cómo las representaciones, como mediaciones sociales y políticas, se despliegan como escenas separadas de la vida social. Estas proyecciones son mundos apartes relacionados de forma fragmentada, pero producidos de forma unitaria. En términos más simples, estas críticas retoman la estructura de la mercancía como forma de relación social11.

  1. La política

Las perspectivas del situacionismo difundidas en el sesenta y ocho no articulan un programa, pero si marcan la relación que se establece entre la cultura y la política, por medio de la crítica a la vida cotidiana y la representación. Esa crítica en particular cruza de diversos modos los antagonismos estrenados en este ciclo de protestas, sobre todo, en los casos de las críticas al trabajo asalariado y a la educación como producción de cuadros y mandos medios. En ese horizonte, la crítica a la representación desciende hacia espacios de articulación de democracia directa en las ocupaciones estudiantiles y las ocupaciones de fábrica. Esta política busca disolver las mediaciones entre los sujetos implicados en el polo antagonista.

Aunque esas posiciones se pueden traducir en un dogma de la asamblea que hace la horizontalidad un fin en sí mismo —un horizonte de llegada— cuando, en muchas ocasiones, esta situación marca un punto de partida para lograr el ingreso a la discusión política de diversas franjas sociales. El fetichismo de la asamblea pareciera que arriba posfetichismo de la mercancía como una pose de antagonismo que no logra procesar las condiciones del escenario político.

Sin embargo, más allá de estos debates, una de las herencias más fuertes que le siguen a los años sesenta y setenta es la reestructuración del capitalismo porque, si bien se puede criticar los errores de las posiciones internas por autonomistas o asambleístas, no se puede negar que, tanto en Francia como en Italia, incluso en América Latina —en todos estos contextos con sus características propias— el capitalismo cambia y ajusta su forma de dominación según aquello que hemos especificado más arriba, una inclusión por el consumo mediante la mercancía, y también con la transformación de las condiciones sociales de producción asociadas al siglo veinte. Las ciudades, los barrios y las sociedades se construyen afirmativamente en este ambiente social renovado y se inaugura una larga noche para el bloque antagonista. Muchos de los otrora opositores, en los setenta o incluso en los ochenta, se han vuelto hoy administradores de estas formas sociales. Los movimientos sociales y los grupos de izquierda, sin actuar en bloque necesariamente, se han enfrentado a un gigante que, por más que tenga pies de barro, pareciera que se erige como una de las figuras más sólidas y áridas de combatir.

1 Tari, M. (2016). Un comunismo más fuerte que la metrópoli. La autonomía italiana en la década de 1970. Madrid: Traficantes de sueño, p. 24.

2 Balestrini, N. y Morini, P. (2006). La horda de oro. La gran ola revolucionaria y creativa, política y existencial. Madrid: Traficantes de sueño, p. 256.

3 Debord, G. (2004). La sociedad del espectáculo. Santiago: Núcleo de IRA – Rojo Oscuro, p. 52.

4 Balestrini, N. y Morini, P. (2006). Op. Cit., p. 252.

5 Debord, G. (2004). Op. Cit., p. 52.

6 Ibid.

7 Vaneigem, R. (2010). La Internacional situacionista hoy. Revista Anthropos. Huellas del conocimiento, (229), pp. 31-32.

8 Balestrini, N. y Morini, P. (2006). Op. Cit., p. 248.

9 García del Campo, J. (2010). Pensamiento para la vida: una lectura de Vaneigem. Revista Anthropos. Huellas del conocimiento (229), pp. 31-33.

10 Debord, G. (2004). Op. Cit., p. 17.

11 El sujeto no es el hombre sino la mercancía en cuanto sujeto automático. Los procesos vitales de los hombres quedan abandonados a la gestión totalitaria e inapelable de un mecanismo ciego que ellos alimentan, pero no controlan. La mercancía separa la producción del consumo y subordina la utilidad o nocividad concretas de cada cosa a la cuestión de cuánto trabajo abstracto, representado por el dinero, ésta sea capaz de realizar en el mercado. La reducción de los trabajos concretos a trabajo abstracto no es una mera astucia técnica ni una simple operación mental. Jappé, A. (1998). Las sutilezas metafísicas de la mercancía. En krisis. Kritik der Warengesellschaft. www.krisis.org.


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Autor(es)

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